El filtro de lo correcto…

Transcurría el año 1999 y yo era, entre otras responsabilidades, Director Ejecutivo de una importante organización empresarial. Un día cualquiera, mientras leía la prensa, encontré el anuncio de un evento educativo cuyo tema coincidía con un punto que en la pasada reunión de la directiva se había identificado como prioritario para la membrecía. Inmediatamente, recorté el anuncio y solicité la autorización para contactar a los organizadores y evaluar posibles vías de vinculación con la actividad. Una vez tuve la luz verde, contacté a los organizadores de dicho evento. El planteamiento fue muy sencillo: nosotros tendríamos estatus de sponsors y a cambio promoveríamos y recomendaríamos el evento entre nuestros miembros. Además, recibiríamos un descuento del 20% para nuestros miembros participar. Con un ligero titubeo, extrañados por mi contacto y asombrados por el planteamiento (luego usted entenderá por qué), ellos aceptaron. El resto fue ponernos manos a la obra.

Todo fluyó 100 % como lo acordamos. El evento fue muy satisfactorio y los miembros quedaron muy contentos. El martes de la semana siguiente a la actividad, llamé a una de las socias de la empresa para pedir la tabulación de las evaluaciones de la actividad. La solicité con el objetivo de hacer un informe a los miembros de la directiva y cerrar ese expediente. Manifestando cierta renuencia, la socia me dio a entender que no podía entregarme las evaluaciones. Luego de una extensa e intensa conversación donde yo le explicaba para qué las necesitaba y ella me argumentaba que no era política de ellos compartirlas, repentinamente ella me comentó: “Le tengo una pregunta por curiosidad. ¿Por qué usted, teniendo una empresa de capacitación, no organizó ese evento para sus miembros?”. Al instante, entendí la verdadera razón de tanta objeción. Resulta que para esa fecha ya INTRAS era una empresa bastante consolidada, y ellos me percibían como un competidor.

Sin pensarlo mucho le respondí: “Con mucho gusto le explico. A mi me pagan todos los meses un excelente salario con un solo objetivo: gestionar todas las formas posibles de agregar valor para los miembros y mantenerlos conformes con la organización. En ese sentido, como usted entenderá, estoy todo el tiempo buscando oportunidades para hacerlo. Y entendí que su evento era una de esas oportunidades. Si yo hubiese visto su anuncio y lo hubiese obviado porque era de un competidor, y no tenía por qué apoyarle, yo no estuviese cumpliendo con el compromiso asumido y por el cual se me remunera. Para mí, eso es ser antiético”. Está de más decir que la conversación terminó en excelentes términos y al día de hoy guardo una excelente relación personal con ambos socios de esa empresa.

¿Por qué les cuento esto? ¿Para resaltar mi integridad y ética profesional? Les aseguro que no. Soy de la escuela de los que dicen que nadie debe recibir elogios ni reconocimientos por el hecho de cumplir con su deber, pues hacer lo correcto debería ser la norma. El único motivo es ilustrar con este ejemplo por qué es tan fácil la vida cuando pasamos todo por lo que yo denomino “el filtro de lo correcto”. Cuando accionamos bajo este esquema, no hay dilemas existenciales, dudas, debates internos ni arrepentimientos. ¿En qué consiste este filtro? Es muy sencillo: basta con cumplir siempre con nuestra palabra y nuestros compromisos y, en ninguna circunstancia, a menos que la otra parte esté de acuerdo, dejar de cumplirlos. De hecho, asocio mucho este filtro con la definición que doy a la integridad en mi libro Las 12 preguntas: “Ser íntegro es tener la cualidad de anteponer lo que es justo y correcto a lo conveniente y, claro está, tener la capacidad de actuar en función de ella”.

Quisiera reforzar este punto con otro ejemplo. Nunca olvidaré el video de una entrevista —que vi en uno de nuestros seminarios— a una señora mayor colombiana, extremadamente humilde, quien devolvió un maletín lleno de dinero. Cuando el reportero le preguntó por qué había devuelto el dinero, la señora respondió con cara de extrañeza: “Porque no era mío”. Para ella, disponer del contenido de aquel maletín, que quizás significaba la solución a todos sus problemas económicos, no era ni siquiera una opción a considerar, pues ese dinero no era suyo.

Aparte del componente moral, detrás de este enfoque hay un factor adicional que impacta positivamente nuestra productividad. A diario nos encontramos con numerosas situaciones retadoras. Para enfrentarlas, tener el filtro de lo correcto todo el tiempo en “on” es lo ideal. Esto ahorra un altísimo porcentaje de nuestra energía mental, pues muchas de nuestras decisiones se toman en piloto automático. Esto, a su vez, permite que dediquemos nuestras energías a solucionar retos trascendentes, a innovar y a crear. Si no lo hace por convicción, hágalo por conveniencia, pero siempre utilice el filtro de lo correcto.

Un comentario de “El filtro de lo correcto…

  1. Enriquillo Amiama dice:

    ¡Excelente posteo!
    Si la mayoría de las personas entendiera que hacer las cosas bajo el filtro de lo correcto es mil veces mejor y da mayores satisfacciones que cualquier otra cosa, viviríamos en un pequeño paraíso.
    Claro, entender no basta, hacer lo consecuente ¡es imprescindible!

Responder a Enriquillo Amiama Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.