Hace unos meses atrás, habiendo concluido exitosamente el evento A Day with Ram Charan, tuve la oportunidad de sentarme por unos minutos a hablar tranquilamente con él. Durante nuestra conversación mientras él esperaba un té frío, y sin la más mínima muestra de cansancio luego de ocho horas prácticamente corridas hablando, me hizo una petición: “Ney, para un próximo evento tratemos de que sea sólo hasta las tres de la tarde, para de este modo yo poder salir más temprano a mi próximo destino”. Mientras yo asentía le pregunté por curiosidad a dónde iba y me explicó, sin inmutarse, que iba a tomar un vuelo a New York para llegar a media noche y que desde allí un chofer le esperaba para llevarle (conduciendo por casi seis horas) a Richmond, Virginia, a un compromiso a las 8:00 am. Apenas salía de mi asombro cuando le pregunté hacia dónde iba luego de allí, cuando me dijo algo que sencillamente me puso los pelos de punta: “Tengo que estar esa misma noche en Puerto Rico para una cena”. “¡Pero Puerto Rico queda a media hora de aquí!” Le exclamé sorprendido. “¿Y no pudo cambiar esa reunión?” A lo que él me respondió, con total tranquilidad, que esto era imposible pues al igual que nuestro evento esos compromisos se hacían con muchos meses de anticipación.
No sé realmente qué me sorprendió más: Si la intensidad del recorrido que tendría que hacer para tener que regresar en la noche prácticamente al mismo punto, o la tranquilidad y serenidad con la que me lo decía… Esta situación me recordó una conversación con un buen amigo en el 2009 cuando, mientras le contaba sobre la primera visita de Ram Charán para nuestro primer Top Leaders’ Summit, le explicaba que Ram Charan no tenía ni familia ni casa y que viajaba los 365 días del año. Recuerdo como hoy la expresión de mi amigo: “Ese señor no puede ser feliz”. A lo que respondí casi con un reflejo involuntario: “Defíneme felicidad”. Para luego inmediatamente proceder a plantearle mi opinión de que si nos guiábamos de los parámetros que él estaba utilizando para definir felicidad, pues entonces era también imposible que un monje tibetano, un sacerdote o misionero fuesen felices. Sin ni siquiera hacer un esfuerzo para entrar en debate, mi amigo asintió con total sencillez, “eso es cierto”.
¿A qué viene toda esta larga reflexión? El motivo de esta reflexión es que el viernes pasado por motivo de mi cumpleaños una amiga y asesora a quien aprecio mucho me regaló el libro “El Elemento” de Sir Ken Robinson (a quien tuve el placer de escuchar en persona hace un mes en el World Innovation Forum) el cual empecé a leer en el fin de semana. No creo que llevaba diez páginas del libro cuando pensé, o mejor dicho comprendí mejor que nunca a Ram. En su libro Sir Robinson nos plantea que “El Elemento” es el punto en el que el talento innato se une con la pasión personal. Dicho de otra forma, es justo cuando lo que hacemos nos apasiona y además de esto contamos con la preparación adecuada para realizarlo muy bien. “El Elemento” es ese estado maravilloso en el cual trabajamos sin cansancio y con gran creatividad. Entendí entonces por qué Ram no mostraba ningún signo de agotamiento luego de su evento y no mostraba la más mínima preocupación por su intenso e inminente viaje. Ram sencillamente tenía décadas en su “Elemento” y por lo tanto, hacía mucho que había dejado de trabajar, y como no estaba trabajando y simplemente estaba haciendo lo que le apasionaba, era lógico que no podría estar agotado… Eureka!!!
Quienes conocemos un poco el enfoque de Las Fortalezas de Markus Buckingham, o hemos estados expuestos al concepto del “Flow” (Flujo) de Mihály Csíkszentmihályi (obviamente este nombre lo he puesto aquí con un copy – paste de Wikipedia) sabemos que quizás no hay nada trascendentalmente innovador, novedoso o revolucionario en este planteamiento de Sir Robinson. Lo que tampoco es nada novedoso es que a estas alturas tantas personas, ni están en su Elemento o mucho peor aún, ni siquiera se están planteando buscarlo…
¿Y usted que ha empezado a hacer para estar en “El Elemento”?