—Señor Newman, ya le hicimos las entrevistas y pruebas psicotécnicas al joven.
—¿Y qué tal le fue?
—En las entrevistas, aceptable. Y en las pruebas, regular.
—Y entonces, ¿cuál es la decisión?
—Con base en los resultados, no recomendaría incorporarlo a la posición.
—Qué bonito poder tomar decisiones sobre el futuro de una persona aquí, desde una oficina con aire acondicionado y cómodos en un escritorio… ¿Tú sabes si ese infeliz se pudo desayunar antes de venir para acá? ¿Tú sabes si durmió bien antes de la entrevista? ¿Tú conoces la necesidad de ese muchacho y lo nervioso que se pudo haber puesto ante una oportunidad que puede ser un antes y un después en su vida?
—No, señor.
—Hazme un favor. Vamos a darle una oportunidad a ese muchacho, que, con la necesidad que él tiene, estoy seguro de que se va a entregar en cuerpo y alma a ese trabajo.
—Sí, señor Newman.
Esta fue una anécdota que me contó hace muchos años una subalterna de mi padre de los tiempos en que él era vicepresidente de Recursos Humanos de un importante banco del país. Lo interesante del caso es que aquella señora terminó diciéndome: “Lo mejor del caso es que tu padre no se equivocó. Ese muchacho a quien le dimos la oportunidad llegó a ser gerente del banco”.
Crecí escuchando anécdotas y presenciando momentos como este durante la dilatada carrera profesional de mi padre en el área de Recursos Humanos en la República Dominicana, tanto en el sector público como en el privado. Recuerdo como hoy todas las personas humildes que averiguaban su dirección e iban a nuestra casa a llevarle un regalo de agradecimiento, y cómo él “sufría” cada uno de esos obsequios, pidiendo con cara mortificada que, por favor, se los llevaran, que no era necesario, para acabar accediendo a recibir algunos a regañadientes. Cuando de pequeño le preguntaba por qué oponía tanta resistencia a recibirlos, me decía: “Mi hijo, esa persona se gastó un dinero que no le sobra —o incluso que necesita— para hacerme ese regalo”.
¿Por qué cuento esta historia? Porque ayer mi padre, Héctor Díaz Newman, recibió, por parte de colegas, alumnos y excolaboradores, un homenaje en vida como pionero de la gestión humana moderna en la República Dominicana y por su labor de más de sesenta años aportando a esa profesión. También fue designado como miembro honorífico de ADOARH —una muy grata sorpresa—, la principal organización de profesionales de la gestión humana en nuestro país.
En una época en que, lamentablemente, muchos de los reconocimientos vienen endosados con alguna prebenda o interés, el hecho de que un grupo de profesionales ocupadísimos haya sacado el tiempo para organizar este reconocimiento a mi padre, así como escuchar a tantas personas que admiro y respeto dar tan hermosos testimonios del impacto que mi padre tuvo en ellos, me movió el alma. Y no solo eso, sino que también me hizo vivir uno de los momentos más felices de mi vida.
Como todos los posts de mi blog tratan de ir acompañados de alguna reflexión y aprendizaje, no quiero que este sea la excepción. Ayer, cuando a mi padre le tocó dar unas palabras de agradecimiento improvisadas, dijo a sus colegas algo que me dejó pensando: “Recordemos que nosotros no solo somos técnicos, sino que somos también administradores de la dignidad humana”.
Entiendo que esta breve frase encierra muchísima sabiduría. Si como líderes visualizamos que no solo lideramos personas, sino que también gestionamos dignidades, y si en cada decisión, acción y comunicación tenemos la dignidad de nuestros liderados como principal filtro de acción, definitivamente, trascenderemos como líderes. Yo estoy, desde ya, incorporando esta lección en mi vida.
Tal y como escribí en otro post, las principales herencias en vida que un padre puede dejar a un hijo son: (1) la educación, (2) el ejemplo y (3) que se pueda sentir orgulloso de ser nuestro hijo. Yo tengo el privilegio de haber recibido estos tres regalos de mi padre y de mi madre. ¡Gracias de corazón a todos los que hicieron posible que mi padre evidenciase, en vida, con salud y en plenas facultades, el gran legado que ha construido y dejado!