Un día el joven, confiando plenamente en su fuerza y desdeñando la valía y la experiencia del viejo le dijo a éste: “Apuesto lo que quieras a que corto más árboles que tú”. Al oír esto, el viejo sin ni siquiera hacer un movimiento que indicara inquietud le respondió: “De acuerdo, cuando quieras empezamos”.
Dicho esto ambos se dispusieron a llevar a cabo la apuesta y empezaron a talar árboles. Comenzaron los dos al unísono, pero mientras que el joven no descansaba en ningún momento, el viejo periódicamente dejaba lo que estaba haciendo y se sentaba. El leñador joven contemplaba estas escenas con regocijo pensando en lo fácil que le estaba resultando ganar. Terminada la competición, el resultado final fue favorable al leñador viejo ante la perplejidad del joven que dijo: “¿Cómo es posible que hayas talado más árboles que yo cuando mientras tú has hecho descansos yo no he parado en ninguna ocasión?”. “Muy fácil – respondió el leñador – porque mientras tu trabajabas sin descanso yo me sentaba a afilar la sierra”.
Esta historia, inmortalizada con algunos matices por Stephen R. Covey en su libro “Los Siete Hábitos de las Personas Altamente Efectivas”, resume de forma magistral un mal que nos aqueja a la gran mayoría de las personas en la era moderna y al que también el Dr. Covey hizo alusión: “Estamos a veces tan ocupados conduciendo el vehículo de nuestras vidas que nos olvidamos de pararnos a echar combustible”. Este ejemplo aplica a todos los aspectos de la vida que inciden en lo que debería ser una vida balanceada, feliz y exitosa. Algunos de estos aspectos son la familia, la salud, el ocio, el desarrollo personal y la espiritualidad, por mencionar algunos. Dentro del renglón de desarrollo personal voy a centrarme en el área que, como es obvio, me compete: la capacitación.
A lo largo de mi carrera empresarial he escuchado tres argumentos, que por mucho margen son más utilizados como excusa para las personas no dedicar tiempo a actividades de formación: 1) “No tengo el tiempo”, 2) “Ya lo intenté una vez y no funcionó” y 3) “No tengo presupuesto”. Trataré de compartirles mi visión de forma breve sobre estos tres aspectos.
No tengo tiempo: Con la capacitación, al igual que en prácticamente todo en la vida, no existen los milagros. Así como sólo tendremos un árbol frondoso si cuidamos constantemente de aquella planta que sembramos, asimismo sólo lograremos resultados tangibles en la medida que asumamos como un compromiso permanente nuestro desarrollo personal y profesional. Y esto solo se logra a través de la capacitación continua y constante.
Lo intenté una vez y no funcionó: A estas alturas todavía no he conocido la persona que pretendiese perder 20 libras en un día de dieta, correr en Fórmula Uno luego de haber jugado un video juego, curarse de una infección con una cucharada de antibiótico o lograr “un hoyo en uno” al final de su primera sesión de golf. Si esto es así: ¿Por qué a veces pretendemos lograr resultados radicales y permanentes con una actividad formativa puntual y aislada, sin luego dar ningún tipo de seguimiento en el lugar de trabajo, sin realizar reforzamientos posteriores y sin haber desarrollado las iniciativas que allí se plantearon.
No tengo presupuesto: Mientras en una familia cuyo poder adquisitivo se ha visto reducido a la mitad, la última partida en contemplarse a la hora de hacer reajustes (incluso por encima de la alimentación) es el colegio de los hijos, lamentablemente en muchas empresas la primera en reducirce o eliminarse del presupuesto es precisamente la (ya de por si reducida) capacitación de sus empleados. Muchas razones podrían atribuirse a esta “contradicción”. Quizás la más evidente es que algunos empresarios siguen visualizando e incluso hablando de la capacitación como un gasto, no como una inversión. No obstante esto no es excusa para que las personas, a título individual no asuman un compromiso de invertir en su crecimiento y desarrollo. Las inversiones se hacen con dos objetivos básicos: 1) Hacer más con menos y/o 2) Hacer las cosas mejor. La única forma de lograr estas dos cosas es a través del conocimiento y este sólo se logra a través de la capacitación. De hecho, al final de cuentas la palabra capacitarse quiere decir en su definición más pura “hacerse capaz” y definitivamente si en algún momento hemos necesitado ser “capaces” es precisamente ahora. ¿O es que acaso podemos darnos el lujo de ser lo contrario? En este sentido si su empresa no asume ese compromiso, no delegue algo tan importante sólo en esta.
Si alguien al leer este post considera que este es un planteamiento parcializado y filosófico de alguien que “vive de la capacitación”, mi respuesta es que probablemente esté en lo correcto. Mi pasión por el tema y los resultados que he visto pueden ser que estén afectando mi objetividad. En este sentido sólo le pido que al menos coincida conmigo en este planteamiento: Como toda inversión (de tiempo y recursos) que se realiza, la capacitación, puede ser rentable o no en función de las precauciones tomadas para reducir o eliminar su riesgo. Pero siempre y en todo momento debe ser vista como una inversión…