El “Boche” del Mensajero…

Muy al principio de mi carrera empresarial en el negocio de la capacitación, y cuando INTRAS no era todavía una realidad, los primeros seminarios que realicé los organizaba desde una habitación de mi apartamento. Mi “staff” lo constituían Kenia (una joven súper trabajadora que fue nuestra primera empleada) y Ramón (un mensajero que nos brindaba servicios por iguala).

Todas las mañanas Ramón pasaba por nuestro “headquaters”, recogía la correspondencia del día y las facturas a enviar. Luego, pasaba a principio de la tarde a entregar sus diligencias y de paso recogía cualquier otro tema pendiente, para regresar de nuevo al final de la tarde. Así transcurrió más de un año de relación con Ramón, sin incidentes mayores.

Una tarde, Ramón se me acercó a solicitarme un préstamo para comprar los útiles del colegio de sus hijos. No recuerdo el monto exacto, pero sé que era el equivalente a una quincena suya por lo que no vi mayores inconvenientes en prestarle este dinero, así que procedí a hacerle el cheque por el monto solicitado. Una vez entregado el cheque le pedí como única diligencia esa tarde que por favor llevase una radiografía a mi ortopeda, quien se iba de viaje la mañana siguiente.

Cuando llamé al doctor al final de la tarde éste me dijo que no había recibido la radiografía. Extrañado, procedí a “bipear” (los celulares todavía eran un lujo en esa época…) infructuosamente al mensajero. No recibí la llamada de Ramón de vuelta ni éste volvió a pasar por la oficina.

Al día siguiente obviamente lo primero que le pregunté a Ramón era qué había pasado, y por qué no pudo llevar la radiografía. Su respuesta (dicho sea de paso en tono incómodo…) todavía me retumba en los oídos: “¡Pero y como usted pretendía que yo le hiciese esa diligencia si usted me prestó el dinero con un cheque y estuve la tarde entera cambiándolo en el banco!” O sea, en pocas palabras, al yo prestarle el dinero para resolver su problema lo único que logré fue hacer que él se olvidara de resolverme el mio…

Estas son las típicas situaciones que se presentan cuando interactuamos con personas que tienen lo que yo denomino el “Síndrome del Merecimiento”. Este síndrome, que surge en muchas relaciones entre personas, consiste en que una de las personas (o varias) en la relación asumen como un derecho los compromisos que las demás personas tienen con ellos, sin necesariamente interiorizar las responsabilidades que le corresponden para que ésta sea una relación balanceada. Esto se da en todas las relaciones sentimentales y de amistad, familiares, ciudadanas y obviamente en las relaciones laborales. A estas últimas dedicaré este último párrafo.

En nuestra sociedad paternalista, a los jefes se les consideran muchas veces seres omnipotentes o con súper poderes (como por ejemplo la capacidad de detectar por telepatía si los demás tienen un problema). De igual forma la otra cara de la moneda es que hay jefes que entienden que con tan sólo el hecho de dar a las personas la oportunidad de trabajar en una economía con alto desempleo ya esto por sí sólo debe ser motivo de agradecimiento y lealtad incondicional, olvidándose de suplir todos los otros factores que estimulan la productividad y el compromiso de los empleados. Las relaciones laborales están en equilibrio cuando quienes las componen (jefes y subalternos) entienden que sólo se recibe en la medida que se da. Sólo si un empleado da la milla extra debe esperar recibir de parte de su jefe su milla extra. Y viceversa.

Por último es muy importante tener presente que nuestros problemas o preocupaciones ni son los únicos ni son los más grandes. No podemos anteponer nuestros problemas a los de los demás y sobre todo, siempre tener mucha empatía.

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