Hace unos días estaba en el gimnasio utilizando una de las máquinas. Mientras descansaba entre una sesión y la otra, se me acercó muy decentemente un joven uniformado quien de forma respetuosa y educada me dijo: “Buenos días señor. Mi nombre es “N” y soy el encargado de las pesas en esta área. Cualquier orientación que usted necesite estoy a la orden”. Le comenté, extrañado y gratamente sorprendido, que no era necesario y que muchas gracias. Luego le felicité por su acción, comentándole que en mis 17 años como cliente de ese gimnasio, jamás uno de los empleados se me había acercado a ponerse a las órdenes. Terminé exhortándole a que no cambiase nunca esa actitud, pues esa disposición a servir, seguro que le garantizaría mucho progreso en la vida. La respuesta que me dio el joven todavía fue más interesante: “Gracias señor. Aunque no creo que tenga tanto mérito el que yo haga lo que me corresponde hacer en mi trabajo”.
Ese simple y cotidiano incidente me puso a pensar si quizás estamos padeciendo de una especie de “Síndrome de las Expectativas Decrecientes”. Este síndrome lo defino como el fenómeno mediante el cual -debido al hecho de que lo informal, lo deficiente y lo incompleto se va convirtiendo cada vez más en la generalidad- nos hemos resignado inconscientemente a aceptarlos como si estos fuesen el estándar y la norma. Y claro está, como nuestras expectativas han bajado tanto, a partir de ahí cualquier comportamiento o acción que constituya una excepción lo celebramos como si fuese un gran logro o acontecimiento. De igual forma, entiendo que el “Síndrome de las Exigencias Decrecientes” llega a su máxima expresión cuando hemos interiorizado el criterio de simplemente escoger lo “menos malo” en nuestro proceso de toma de decisiones y elección entre varias opciones.
¿Cuál es la mejor forma de evitar padecer este síndrome? Quisiera tener una respuesta única. Una primera alternativa y la forma más segura es tratar a toda costa de no perder la perspectiva de lo que está bien y correcto. Otra opción es no transigir nunca con sus requerimientos iniciales, no negociar fechas de entregas, y tratar de nunca aceptar algo que está mal hecho sin justificación alguna. Quizás el viajar a otras realidades más desarrolladas con cierta frecuencia y observar detenidamente es un buen complemento. Y si no tiene las posibilidades, también leer lo más posible, investigar en la red y sobre todo capacitarse son excelentes opciones.
¿El hecho de evitar padecer este síndrome significa que ante una cortesía, un gesto, o un detalle nos quedemos callados porque ese es parte del trabajo de la persona? Claro que no… ¿Implica esto que ante acciones que evidencien el cumplimiento del deber no digamos nada? Absolutamente no… ¿Quiere esto decir que ante un buen servicio permanezcamos indiferentes, pues para eso pagamos? Para nada…. ¿Implica esto no dar reconocimiento por la labor cumplida? En lo absoluto. Todo lo contrario, nunca debemos olvidar el principio de que sólo “aumentamos todo lo que resaltamos” y que cada oportunidad que tengamos para reforzar lo positivo debe ser aprovechada. Lo que definitivamente no debemos perder, negociar ni ceder es en reconocer lo que debe ser un estándar mínimamente aceptable. Y teniendo esto en claro, reconocer en su justa dimensión toda acción por encima de este estándar. De esta forma las acciones recibirán el justo reconocimiento en función del esfuerzo realizado. Y recordemos siempre hacer el esfuerzo de, con cortesía y buenas costumbres, no aceptar y transigir ante lo que no cumple con los estándares mínimos.