Los Kamikazes Corporativos…

La Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su fin. Corría la primavera de 1945 y Japón estaba gravemente herida y de rodillas… Sus defensas aéreas y navales estaban diezmadas, muchas de sus ciudades arrasadas por intensos bombardeos y el bloqueo económico asfixiaba la isla. Para colmo de males la flota naval más grande jamás ensamblada (1,300 barcos de todo tipo y tamaño) se dirigían a Japón en su intención de hacer lo que nadie se había atrevido a hacer en 2000 años: invadir territorio japonés.

Ya era un hecho secretamente aceptado que para Japón era imposible ganar la guerra, al menos utilizando medios y métodos ordinarios. Pero los jefes militares japoneses no contemplaban la rendición como una opción. Pensaron: “Si los medios ordinarios no ganarán la guerra pues entonces se recurriría a medios extraordinarios y estrategias más radicales”. Es ahí cuando surge la idea de utilizar “bombas” humanas para poder causar daños serios a la flota aliada. La estrategia radical era simple: pilotos japoneses harían largos viajes sin regreso y estrellarían sus aviones modificados cargados de explosivos o combustible contra las naves enemigas más estratégicas (preferiblemente los portaaviones).

Al momento de seleccionar quiénes irían en estas misiones suicidas todos los pilotos que quedaban en la fuerza área imperial fueron convocados a un proceso voluntario. El proceso era muy simple: se convocaban en pequeños grupos y luego de un breve discurso, se les pedía a los voluntarios que pusieran su firma al lado de las palabras “muy deseoso” o “deseoso”. Ya sea por “peer pressure” (presión entre pares), tradiciones enraizadas o amor a la patria, nadie se oponía y todos los pilotos firmaban (algunos incluso con su sangre). Pero visto en retrospectiva, aquel proceso no tenía nada de voluntario: ¿Quién se iba a negar a sacrificarse por su patria?, ¿Cómo iba a ser visto el que se negase, por darle la espalda a su país en momentos de crisis?, ¿Cómo podría su familia vivir con la deshonra pública de que su hijo se negó a darlo todo por su nación cuando ésta estaba amenazada? Eso era peor que morir… El resto es historia. Más de 3,000 jóvenes pilotos se inmolaron en estos ataques suicidas, y de paso quitaron la vida a miles de jóvenes en los barcos aliados.

¿Por qué en un blog de corte empresarial dedico tres párrafos a un episodio de la segunda guerra mundial? Pues mientras veía en días pasados un documental titulado “Day of The Kamikaze” (Día del Kamikaze) me puse a pensar en la enorme cantidad de ocasiones y situaciones en que, los que hemos estado o todavía estamos en el mundo laboral, nos hemos comportado como el más temerario de los kamikazes. Me refiero por un lado a cómo aceptamos innumerables decisiones que no compartimos y que incluso sabemos que son erróneas y perjudiciales para la empresa, con el sólo objetivo de no desafiar el status quo y por ende no arriesgarnos “caer en desgracia”, ser marginados, ser tildados de “rosca izquierdas” e incluso perder nuestros trabajos.

La otra forma de ser un “kamikaze corporativo”, y en la que quisiera enfocarme en este post, es cuando nos convertimos en simples espectadores indiferentes, y no protagonistas, de las decisiones y los acontecimientos que suceden en nuestras organizaciones. La única diferencia es que en lugar de perder nuestra vida, perdemos la energía vital (que es casi lo mismo…) y como resultado la desidia se adueña de nuestra persona y de nuestras acciones. Es así como sin darnos cuenta, poco a poco nuestra creatividad, nuestra ambición, nuestro impulso, nuestra energía interna y nuestros deseos de superación se van apagando y eventualmente mueren, surgiendo en su lugar la apatía. Es muy fácil identificar esos zombis en las organizaciones. No sólo su lenguaje corporal los delata sino sus conversaciones los ponen en evidencia, pues cada vez que hablan sus expresiones van acompañadas (o llevan implícito) un “total para qué”.

¿Cómo evitar ser un “kamikaze” corporativo? Definitivamente no se trata de asumir un papel de espíritu de contradicción o asumir un nuevo rol de sindicalista, revolucionario y rebelde. Eso nunca conduce a nada bueno. Se trata de, a pesar de las circunstancias, ver el lado positivo de todas las situaciones. Se trata también de asumir una actitud de que, no importa su posición y su área, siempre hay mejoras que usted puede hacer, iniciativas que puede tomar y proyectos en los que se puede involucrar. También de entender que de repente usted no puede cambiar su empresa, pero si puede influir positivamente en su entorno inmediato (su área, departamento, o unidad de negocio).

Si usted entiende que la empresa o su jefe no reconocen su esfuerzo o que el clima de su empresa es insalvable, no importa. Hágalo por usted mismo ante todo… Tenga siempre presente que la iniciativa es como un músculo, que si no se trabaja se atrofia. Si su actitud no es reconocida por esa empresa, departamento o jefe, al usted evitar que su energía vital muera, usted estará en plena forma para cuando la vida o las circunstancias le lleven a otro lugar donde eso sí se valore. En pocas palabras, y tal y como dijo el Dr. Stephen Covey “no permita que nada ni nadie le afecte su clima interno”.

Así que la próxima vez que le invada la apatía recuerde la anécdota de los kamikazes…

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