Hace un par de días tuve la agradable sorpresa de encontrarme con una prima a la cual tenía bastante tiempo sin ver. Durante la extensa conversación, entre otros temas me comentó sobre lo aburrida y monótona que se había tornado su vida a partir de que sus hijos se habían marchado a la universidad fuera del país (ella es divorciada). Con la confianza que solo da la familiaridad, y sabiendo que ella es una alta ejecutiva con un alto nivel de ingresos y muy sociable, le pregunté si ella practicaba algún deporte, si iba al gimnasio, si salía con amigas a actividades sociales, si iba a restaurantes, si asistía a conciertos, si hacía viajes al interior o el exterior del país, sí había encontrado un hobbie o si hacía algún tipo de labor social. Ella me respondió que apenas salía del trabajo y hacía las gestiones del hogar, regularmente se internaba en su casa. Y que los fines de semana se los pasaba leyendo, viendo películas y cocinando. Recuerdo que le respondí tajantemente: “Pues entonces prima no te has ganado el “derecho a quejarte”.
Ante su mirada de total asombro y extrañeza, le comenté que si ella no estaba haciendo todo lo que estuviese a su alcance para cambiar su realidad no había obtenido el “derecho a quejarse”. Procedí a explicarle que al igual que el derecho a pedir ayuda, el “derecho a quejarse” hay que ganárselo y esto sucede sólo cuando ya hemos agotado todas las posibilidades que están a nuestro alcance ante una determinada situación.
Durante mi conversación recordé una reflexión que escribí recientemente en las redes sociales respecto a que, según mi parecer, existen tres tipos de personas a la hora de lidiar con un obstáculo en el camino: 1) Los que se topan con este y simplemente se devuelven, 2) Los que lo bordean y siguen su camino, sólo para volverse a topar con este y tener que bordearlo de nuevo una y otra vez (retrasando cada vez su trayecto), hasta el punto de que incluso se olvidan de que este obstáculo está allí y 3) Los que se detienen y, aunque en ese trayecto se tomen más tiempo removiéndolo, buscan la forma de quitarlo permanentemente del camino, beneficiándose tanto ellos cuando regresen como todos los que les sigan. Aunque terminé aquella reflexión diciendo que de estos últimos era el mundo, podría también decir que sólo estos últimos son los que han ganado el “derecho a quejarse”.
En pocos lugares se ve con más frecuencia el abuso desmedido del “derecho a quejarse” que en las organizaciones. Prácticamente a diario interactúo de una forma u otra con alguna persona desmotivada, apática, sumida en el victimismo o sobre todo absorta en la monotonía. Pero sobre todo me llama la atención que muchas veces parecen como hipnotizadas, pues a pesar de no sentirse cómodas en su situación no hacen nada al respecto, ni para cambiarla ni para mejorarla. Por citar un ejemplo, recuerdo como en una ocasión un joven en un almacén me dijo que estaba aburrido pues no tenía nada que hacer. Tomé una libreta y le apunté 17 mejoras, proyectos e iniciativas que podía hacer en su área y que estaban dentro de su círculo de influencia, para luego terminar diciéndole: “los trabajos son lo que uno haga de ellos…”. Jamás olvidaré la cara atónita de ese joven al darse cuenta que el problema era su actitud.
Mi teoría de por qué tanta gente se queja sin poner nada de su parte la escuché de la experta Maryam Varela en una ocasión cuando dijo en un seminario que la mayoría de nosotros entramos a las relaciones desde la premisa del “recibir” y no del “dar”. Y como el trabajo es una relación laboral, muchos vamos a las empresas “a recibir para luego dar” por lo que cualquier excusa nos basta para quejarnos.
Paradójicamente, los que se han ganado el “derecho a quejarse” nunca lo ejercen pues son personas optimistas y persistentes y están muy ocupados buscando opciones para salir de una determinada situación. O simplemente son personas innovadoras y creativas por naturaleza que ven cada situación como una oportunidad y están siempre buscando alternativas. Y si incluso la situación va más allá de sus capacidades, son lo emocionalmente maduras como para aceptar que hay cosas que a pesar de nuestros mayores esfuerzos escapan de nuestro control. ¿Es usted parte de ese grupo o va a seguir quejándose sin ganarse el derecho?