Hace unas semanas, al final de la jornada laboral, coincidí en el ascensor con una joven que desde hacía un tiempo trabajaba en la recepción de un despacho de abogados con la que tengo relaciones. Luego de saludarle, le indiqué sorprendido que yo pensaba que ya ella no laboraba en el despacho, ya que hacía unos meses que no le veía en la recepción. Al decirle esto, ella me comentó que ya no estaba en la recepción, ya que tras haberse graduado ella estaba trabajando dentro del despacho. Luego de preguntarle si ella había estudiado Derecho, a lo que ella me respondió asintiendo con la cabeza, le indiqué que definitivamente ella había tenido mucha suerte al haber conseguido un trabajo en un despacho de abogados y claro está, que se le haya brindado la oportunidad de ascender. Al decirle esto, ella solo atinó a responderme: “sí, definitivamente soy muy bendecida”.
Tras escuchar la respuesta de la joven, reforcé su comentario indicándole que definitivamente era una bendición el trabajar en un sitio donde ella podía aprender y ejercer su carrera. Sin embargo, ella me contestó con un tono que insinuaba cierta corrección: “Eso es un privilegio. Lo que es una bendición es el trabajar con personas tan buenas, tan correctas en su trato y tan honestas”. El ascensor llegó a su piso y procedimos a despedirnos.
Esa conversación casual no debió pasar de ahí. Pero, sin embargo, al subirme a mi vehículo me puse a meditar sobre la respuesta de esa joven. Empecé por pensar cuántos y cuáles de los empleados que trabajan para mis empresas harían un comentario similar sobre su trabajo con nosotros. Pero también pensé en cuáles quizás no y por qué, y que cosas yo podría hacer para lograr esto. Me puse también a pensar en el porcentaje de los empleados de empresas en este país que responderían con un rotundo “sí” a la pregunta de si estos se sienten “bendecidos” en sus respectivos trabajos y/o empresas. Incluso hice mi propio ranking mental de cuales diez empresas del país tendrían el mayor puntaje en esta medida. En resumen, pensé que definitivamente el saber cuántas personas que trabajen en una empresa se consideran bendecidas podría ser una excelente medida del clima de las empresas. Y definitivamente una excelente meta a alcanzar. ¿Se imaginan una empresa donde todo el mundo se sintiese “bendecido” de trabajar allí? ¿Cómo sería el nivel de compromiso? ¿Y la productividad?, ¿Qué meta no sería alcanzable?, ¿Qué competidor podría vencerle? ¿Quién podría quitarle su talento?
Mi ejercicio mental siguió y pensé en el otro lado de la moneda. Por un momento me detuve a pensar cuál es la actitud y el perfil de una persona con la humildad para sentirse bendecido por algo, y en particular por un trabajo donde se le valore y se le trate bien, y donde sus líderes sean ejemplos a seguir. Pensé que definitivamente esta persona debía ser alguien con una visión proactiva ante la vida, con un enorme sentido de la gratitud, capacidad de observar y de contrastar. En pocas palabras debía ser una persona positiva y con la capacidad de no dar por sentadas las cosas. Como si de la Ley de la Atracción se tratase, justo mientras pensaba esto alguien me envió un mensaje que encajaba perfectamente con lo que estaba pensando en ese instante y del cual extraigo la siguiente frase: “Quejarse no es duro, duro es no saber ser agradecidos. Hoy es un buen día para dar gracias por lo que tenemos y no dejar que nuestra felicidad dependa de algo o de alguien. Nuestra felicidad depende de nosotros mismos, porque si te sientes feliz contigo mismo vas a comenzar a percibir el exterior de una manera diferente”. Creo que definitivamente quien practique esto ira por la vida, y obviamente por todos sus trabajos sintiéndose “bendecido”.