Hay una popular e inspiradora frase de José Martí la cual escuché siendo muy joven y por algún motivo siempre la he tenido presente: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”. A esta popular frase, muchos intelectuales le atribuyen su origen en una adaptación del relato del escrito del profeta Muhammad (Mahoma) que dice lo siguiente: “La recompensa de todo trabajo que realiza el ser humano finaliza cuando este muere, excepto tres cosas: una limosna continua, un saber o un conocimiento beneficioso y un hijo piadoso que pide por él cuando este esté en la tumba”. Independientemente de si existe alguna interrelación entre ambas, el mensaje común es que debemos hacer un esfuerzo consciente por desarrollar a lo largo de nuestra vida actividades que trasciendan esta. Es decir, que nos sobrevivan y perduren en el tiempo y el recuerdo. En pocas palabras, ambas destacan la importancia de dejar un legado.
Ayer tuve el gran placer y privilegio de finalmente completar la trilogía de “asignaciones” de José Martí. Esto lo hice al publicar mi primer libro, el cual he llamado “Las 12 preguntas”. No puedo explicar la gran satisfacción que tuve al ver y palpar en mis manos ese primer ejemplar y ver tangibilizado el intenso esfuerzo de un año. Tal y como la breve descripción de la contraportada indica, este libro procura ser un llamado a la introspección que nos mueva a esforzarnos por ser mejores cada día, que nos motive a reflexionar y hacer los ajustes necesarios en nuestra vida. Este libro es una especie de lista de verificación para quienes desean superarse y ser mejores personas.
Pero el objetivo de este post no es hablar del libro (aunque mi mayor deseo es que lo lean…). Mi interés es compartirles un gran aprendizaje que incorporé durante este interesante proceso de crecimiento que ha representado el escribirlo. Este gran aprendizaje ha sido la confirmación de la gran relevancia de desafiar siempre “la vocecita”. Sin ánimo de entrar en debates filosóficos, fisiológicos o incluso teológicos (y solo para fines de entendimiento de este post pues la explicación es mucho más detallada), les explico brevemente en qué consiste la “vocecita”. Esta es una especie de alerta que procura nuestra preservación y su rol principal es evitarnos el peligro y el dolor. Nos indica que nos detengamos cuando estamos haciendo un gran esfuerzo físico, paremos cuando tenemos mucho tiempo sin descansar o incluso nos estimula a abandonar algo cuyo fallo o consecuencia nos pueda implicar algún tipo de sufrimiento. Esto entre miles de otras posibles alertas. Ese ha sido su rol protector y uno de los factores contribuyentes que nos ha permitido sobrevivir como especie. Dicho de otra forma, el escucharla no está para nada mal. El error está en asumir sus indicaciones como órdenes, cuando son simples alarmas. En resumen, ignorarlas es incorrecto y asumirlas sin cuestionar puede ser erróneo. La clave entonces está en “desafiarla” cuestionando si el asumir literalmente sus indicaciones nos aleja de hacer ese esfuerzo o sacrificio extra que nos permite cumplir nuestros objetivos y, por ende, lograr nuestro propósito.
Tal y como detallo en la introducción al libro, luego de vencer las innumerables autojustificaciones para no empezar a escribirlo y finalmente dar el paso, a lo largo del proceso de escribirlo surgieron aún con más intensidad (e incluso creatividad…) las auto excusas para no terminarlo. Estas excusas eran generadas por la “vocecita”. Justo cuando ya había vencido la vocecita, y ya feliz con mi primer manuscrito en las manos, yo juraba que el 90% del trabajo ya estaba hecho. Desde mi perspectiva, bastaba simplemente con entregarlo a la editora para que le diese una “repasadita”, para luego yo buscar a alguien que lo diagramase y diseñara una portada.
No pasó mucho tiempo luego de haber iniciado este proceso “sencillo” cuando me di cuenta de que apenas ahí comenzaba el verdadero trabajo duro, pues hasta ese momento el proceso creativo era solo conmigo mismo y la ejecución también. Es ahí cuando surgen las innumerables conversaciones con la editora sobre la forma y fondo, las discusiones creativas y el análisis de las sugerencias de personas cercanas. Y a esto hay que sumarle la conceptualización y aprobación de un diseño interno y de la portada. Pero el mayor reto fue el de poder interiorizar que mi urgencia no era necesariamente la misma que la de otros (que tienen sus propias prioridades) y, sobre todo, que mis ideas sobre el tiempo que toma hacer las cosas no es necesariamente el tiempo real. Y durante todo ese proceso de construcción, “la vocecita” hacía su acto de presencia.
Todo proyecto de creación viene siempre acompañado de potenciales imprevistos, cambios inesperados, mejoras no detectadas, conflictos, incumplimientos, distracciones y eventos fortuitos que atentan contra su culminación exitosa. En todo este proceso es normal que surjan las dudas de si el esfuerzo será compensado por el resultado. Y claro está, “la vocecita” siempre hará su aparición estelar. Nuestro deber es hacer un esfuerzo consciente y riguroso de desafiarla (no ignorarla) y cuestionar su certeza. Pero, sobre todo, asumir que algo que no implique algún tipo de sacrificio es muy improbable que genere satisfacción. Y de esto puedo dar fe con este primer libro. Recordemos siempre que todos los que han logrado cosas trascendentes en la vida lo han hecho desafiando “la vocecita”…
Nota: Si quiere saber más sobre este libro o dónde comprarlo puede visitar www.las12preguntas.com