El pasado viernes, tuvimos la gran oportunidad de participar en el webinar “El nuevo mercado laboral: ¿cómo se transformará nuestro trabajo?” que realizamos conjuntamente con el capítulo local de Singularity U, y que impartió magistralmente mi gran amigo y aliado de INTRAS Julio Zelaya. Durante la presentación de Julio, uno de los participantes hizo un interesante comentario que me llamó mucho la atención y el cual decía en esencia algo como: “Luego de esto, no creo que volvamos al modelo presencial. Nuestra productividad se ha disparado al menos un 20%”. Su planteamiento me pareció muy revelador, y, a su vez, coincidía con mi realidad personal, ya que en los últimos 45 días mi productividad se ha disparado exponencialmente.
Sin embargo, al momento de acostarme a dormir al final de la jornada, me quedé pensando en cuáles son los factores que han incidido en ese boost de productividad y el precio que estoy pagando. Por un lado, está el rush y la adrenalina de recomponer y adecuar una parte de nuestra oferta y propuesta de valor a un entorno que exige confinamiento, y, por el otro, la clara visibilidad de la aplicabilidad a este nuevo contexto de un sinnúmero de iniciativas y proyectos en curso. También está la realidad de que, de la noche a la mañana, todas mis actividades lúdicas y de esparcimiento se han reducido a su mínima expresión. Y por último, y no menos importante, la ausencia de traslados y el hecho de tener “la oficina” a apenas 15 metros de la habitación son una tentación demasiado grande de “quedarme un ratito más” trabajando. Algo que ha estado ocurriendo también, y que veo como una consecuencia negativa, es que termino el día sin la sensación de haber hecho la transición mental de haber salido de la oficina y llegado a mi hogar.
Al despertarme al día siguiente, en una de esas coincidencias de la vida (como ya he dicho, creo cada vez menos en “las coincidencias”…), el primer mensaje que leí era el de un amigo que me enviaba un interesante artículo del Harvard Business Review y cuyo texto traducido comparto: “Desde el estallido de la pandemia, el 75% de las personas dicen que se sienten más aisladas socialmente, el 67% de las personas informan un mayor estrés, el 57% sienten una mayor ansiedad y el 53% dicen que se sienten más agotadas emocionalmente, según un estudio global de más de 2,700 empleados en más de 10 industrias realizadas por Qualtrics y SAP durante marzo y abril de 2020”. Estas interesantes cifras me pusieron a pensar en el precio a pagar por ese incremento de la productividad que muchos están evidenciando e, incluso, enarbolando como un gran logro.
Pensemos por unos minutos en otros factores menos tangibles, pero que, como el virus, son invisibles a la vista. ¿Acaso un empleado identificado con su empresa, que a su vez está consciente de que la facturación de un 95% de las empresas del mundo está disminuyendo sustancialmente, no está dispuesto a dar un 150% por esta? ¿O un empleado menos identificado con su organización, pero consciente de que el mercado laboral está en plena contracción, no hará hasta lo imposible por ser uno de los que se quedarán si en algún momento hay una reducción de personal? ¿O incluso un empleado emocionalmente desvinculado con la empresa, pero a su vez consciente de que el mercado laboral ofrece pocas alternativas de momento, no estará dispuesto a darlo el todo por el todo? Lo que valdría la pena determinar es si, una vez desaparecidos estos factores exógenos y eliminadas las condiciones de confinamiento, la gente estará dispuesta a seguir manejando esos niveles de productividad día tras día.
Es muy probable que gran parte de los que estén leyendo este artículo conozcan el concepto de triple cuenta de resultados o triple balance, el cual, en esencia, es un modelo o herramienta que evalúa el desempeño de una empresa teniendo en cuenta tres dimensiones: la económica, la social y la ambiental. Estas, a su vez, son precisamente los tres componentes de la sostenibilidad. Mi invitación en este sentido es a explorar la sostenibilidad del actual modelo laboral impuesto y no saltar a conclusiones precipitadas al ver resultados matizados por una realidad inusual. De igual forma, exhortaría a crear una nueva medición de productividad en una triple vertiente también: productividad, salud psicológica / emocional y nivel de vinculación. Y si esto le resulta muy difícil, le sugiero introducir al menos un factor beta (β) que contemple estos dos últimos dos factores más difíciles de medir. Esto al menos le evitará saltar a conclusiones precipitadas acerca de este fenómeno de la productividad aumentada.
Hace poco, leí una frase que me gustó mucho y cuyo autor desconozco: “Toda crisis tiene tres cosas: una solución, una fecha de caducidad y una enseñanza para la vida”. Quizás desde el punto de vista laboral la gran enseñanza de esta pandemía es que 1 + 1 ya no es 2…