Hace unas semanas, mientras esperaba en mi vehículo para avanzar en uno de los “fluidos y escasos” tapones de tránsito prenavideños en Santo Domingo, miré hacia mi izquierda y me topé de frente con una señora mayor acompañada de un niño parada en la isleta de la calle, intentando cruzar la avenida entre los vehículos. Al percibir su evidente nerviosismo —y dado de que ellos estaban a unos 15 metros del paso de cebra—, bajé el cristal y le indiqué que lo más conveniente era que caminasen hasta ese paso. Así, evitarían que algún motociclista que estuviese zigzagueando entre los vehículos (algo también muy inusual…) los atropellase. La señora me miró con cara de resignación y cierto sentimiento de vergüenza, respondiéndome algo así como: “Yo lo sé, mi hijo, pero ya estoy aquí y mejor ya salgo de eso”. Al escuchar su respuesta, solo atiné a mirarla resignado y pensar, mientras subía el cristal, “Bueno, suerte con eso”.
La respuesta de esta señora resonó con dos episodios que había vivido ese mismo día en situaciones y contextos diferentes. El primero de estos fue con una colaboradora quien, al yo sugerirle leer un libro cada dos semanas para avanzar y profundizar sobre un tema que le interesaba, me respondió: “Esa es una de mis metas para el año que viene”. Le respondí que al año le quedaban unas tres semanas y que quizás podría empezar con un libro en ese momento, a lo que ella me contestó: “Lo que pasa es que ya me mentalicé para empezar de cero el año que viene…”. El otro episodio fue con otra colaboradora de larga data quien, al indicarme que debido a algunas complicaciones de salud pensaba iniciar un régimen de alimentación saludable en enero, ya que “en diciembre eso iba a ser imposible”. Le indiqué que, a pesar de los múltiples compromisos propios de la época, ella podía ir introduciendo algunos ligeros cambios en sus hábitos alimenticios, y, de esta forma, empezar su régimen de enero en mejores condiciones de salud. Su respuesta fue que ya no valía la pena sacrificarse en estas fechas festivas y que, ya que no era mucho lo que iba a progresar, prefería disfrutar un poco antes de sacrificarse.
El pasado 24 de diciembre tuve bien temprano en el día una conversación similar a las tres arriba mencionadas, solo que esta fue solo conmigo mismo. Al levantarme ese día y pensar en el clásico almuerzo del 24 con mis amigos y en la cena familiar que tendría en la noche, pensé que quizás sería pertinente ir un rato al gimnasio y quemar de antemano algunas calorías para compensar el exceso que iba a ingerir ese día. En ese momento, mi “vocecita” interna empezó a decirme que para qué iba yo a perder mi tiempo esa mañana si ya yo había hecho muchos desarreglos las semanas anteriores y sido bastante inconsistente con mis ejercicios. Más que un debate interno, lo que terminé teniendo esa mañana fue una acalorada discusión mental. O, mejor dicho, un verdadero round de boxeo cerebral. Les dejaré a su imaginación el desenlace de aquel intenso forcejeo…
Estas cuatro conversaciones tienen en común algo que, según mi parecer, ha hecho más daño a la humanidad e impactado negativamente la vida, progreso, crecimiento y avance de más personas que todas las guerras, crisis económicas y plagas de la historia juntas. Ese algo al que me refiero es lo que denomino el principio del “ya para qué”, y que no es más que la excusa mental que nos damos para abandonar algo que nos conviene o continuar con algo que no nos conviene, dependiendo del contexto.
Para muestra de este principio, basta un botón. Pensemos en cuántas personas han abandonado sus estudios definitivamente porque se vieron precisadas a perder uno o dos semestres debido a circunstancias inesperadas. O en cuántas personas han terminado para siempre relaciones afectivas o profesionales luego de una discusión en la que dijeron o hicieron algo inapropiado y entienden que nada va a subsanar su error. O en los hijos o colaboradores que ni se han planteado retroalimentar a un padre o jefe que, consciente o inconscientemente, ha usado un tono incorrecto con ellos. O en todos aquellos que han desistido de alcanzar una meta tras uno o dos tropezones en el camino, solo para arrepentirse de por vida por no haber persistido. O en todas las personas que han seguido por el camino incorrecto en la vida sin introducir cambios, pues ya entienden que no hay opciones y están condenadas a seguir por ese camino. O, siendo un poco jocosos, cuánta gente ha abandonado una dieta tras sucumbir ante la tentación de un suculento postre. Y si continúo poniendo ejemplos, no termino hoy.
¿Cómo evitamos que el principio del “ya para qué” tome las riendas de nuestra vida? Considero que una posible solución sería interiorizar que, tal y como indico en mi libro Las 12 preguntas, en la vida tendremos numerosos altibajos en nuestra carrera y que lo importante a tener presente es cuál es la tendencia. Y si esta es ascendente, vamos por buen camino. Otra sugerencia es reemplazar este negativo principio por otro que nos recuerde que un tropiezo, desviación o parada no define una carrera de fondo y que, en un mundo donde muchos desisten, el que se mantiene en la carrera ya solo con eso lleva ventaja. Pero, sobre todo, recomiendo el darnos cuenta e interiorizar que en la mayoría de las circunstancias, al ver las cosas en perspectiva ya transcurrido el tiempo, son muy escasos los problemas, adversidades, errores, descuidos, excesos o deslices que mantienen su dimensión y retienen su envergadura. Muchas veces, aquella gran roca que nos impedía avanzar terminó siendo una pequeña piedra insignificante. No olvidemos nunca que casi siempre hay una oportunidad de recomenzar. Todo esto solo lo podremos ver si permanecemos en el camino.
Recordemos que lo más grave de adoptar un estilo de vida o la filosofía existencial sustentados en el “ya para qué” es que, al utilizar este argumento interno, perdemos una de las oportunidades que más nos permiten avanzar en la vida: explorar nuestro potencial. Recordemos tal y como nos enseña Bill Gates que muchos tendemos a sobreestimar lo que podemos hacer en un año y a subestimar lo que podemos lograr en diez…
Muy acertado el artículo, por lo general soy una persona muy perseverante, sin embargo esto que acabo de leer me hace reflexionar sobre el tiempo que invertimos en las constantes luchas internas que nos desvían de nuestro propósito. Gracias por tus aportes los cuales siempre nos ayudan a luchar por nuestra mejor versión.
Muy atinado! Afortunadamente en los casos planteados han sido respuestas como una promesa futura.. más vivimos en una época en que un alto porcentaje “vive una vida sin propósitos” en el cual no se visualiza ese enero, o ese lunes en que decimos iniciaremos algo…. Y ahí si hay un grave peligro!
Deseo junto a ti y a todos los que hemos disfrutado esta reflexión que siempre podamos estar abiertos a entender la Misión y el para que de nuestras existencias!!
excelente , totalmente de acuerdo, hoy precisamente 30 de diciembre fui al gimnasio y me di 2 horas de cardio , lo que paso paso pero me siento bien , me siento en control y haciendo lo mejor que puedo . Cero culpa. Felicidades por el profundo articulo. Prohibido Procstinar.
Muy interesante.
Esta es una realidad existencial, desafortunamente inherente a la naturaleza humana y que a todos nos asalta en muy diversas circunstancias de nuestra cotidianidad, sin embargo, si nos planteamos ser propositivos en todo cuanto vayamos a emprender, lograremos nuestro cometido al confrontar con fuerza de voluntad y firme conviccion todos los obstaculos presentados en el camino hacia la consecucion de nuestro objetivo.
Muchas gracias por la motivacion, continue siempre en esta direccion del llamado al optimismo y el repensar de la colectividad.
Cordial saludo
Muy buen artículo , lo importante es la tendencia . ..en la vida siempre tendremos situaciones difíciles y que difícil es no perder de vista el objetivo y tener en cuenta que una equivocación no significa que hemos fracasado en ese objetivo, simplemente es una oportunidad de aprender y recomenzar.