Estimado Ney,
Después de meditar bastante, he decidido enviarte mi CV de manera confidencial, para los fines de lugar.
Recibe un gran abrazo. Gracias por tu amistad y disponibilidad.
Saludos”
Junto con estas palabras en el cuerpo de un email, un amigo me envió su curriculum. Luego de manifestarle mi sorpresa por el contenido de su mensaje, este me llamó para explicarme los motivos. Durante su llamada, él me argumentó que se sentía muy a gusto con sus responsabilidades y con la empresa en general. Pero que lamentablemente, él no compatibilizaba para nada con el estilo de liderazgo y visión de la gerente general de la empresa, quien era su jefe directa. Inmediatamente, recordé el famoso estudio de la Gallup que demostró que el principal motivo por el cual las personas que dejaban voluntariamente sus trabajos no era por su posición o por la empresa, sino debido a su jefe o supervisor inmediato.
Esta hubiese sido una conversación cualquiera con alguien que no estaba conforme en su trabajo si no fuese por un ligero matiz: él apenas tenía dos o tres meses en la empresa…
“Piensa en el mensaje que le darías a Richard (nombre ficticio del dueño de la empresa) si te vas. Irte de un lugar en apenas un par de meses, es decirle al dueño, sin tener que expresar palabras, que su empresa no sirve… Creo que no querrás decirle eso a una persona que te contrató con la mejor de las intenciones. Resiste un poco, ten un poco de paciencia y da tu 100%. Richard te lo va a agradecer.”
Este fue mi mensaje final durante la conversación. Esto debido a que yo estaba convencido que su decisión era muy precipitada y que debía quedarse un tiempo más a ver como evolucionaban las cosas. O como estilo decir en circunstancias como esta (y que ya he compartido anteriormente en este blog), cuando sugiero no desesperarse y tener un poco de paciencia: “Cuando quieras tirar la toalla, escóndela”.
A los dos o tres meses de nuestra conversación la gerente general salió de la empresa. Al poco tiempo llegó un nuevo gerente general con la encomienda de enmendar algunos errores que había cometido la anterior incumbente, y redireccionar la empresa. Transcurridos unos dos años, este gerente renunció para dedicarse a unos proyectos personales. En esta ocasión Richard entendió que era el momento de darle la oportunidad a alguien interno y de confianza. El resto es historia. Hoy día, mi amigo es el gerente general de la empresa. Y gracias a su experiencia acumulada, la empresa está ahora mismo en su mejor momento.
Un día le recordé nuestra conversación para evidenciarle lo precipitada y extemporánea que hubiese sido su decisión en aquel entonces. Mi intención era hacerle ver las vueltas que daba la vida y como en menos de dos años sus circunstancias eran diametralmente opuestas. Su respuesta fue: “Esas palabras tuyas me hicieron esperar un tiempo por aprecio a Richard. Y mira ahora. Lo interesante es que si bien mis relaciones con el segundo gerente fueron corteses, estas no fueron ideales. Pero yo estaba dispuesto a no dejar que las circunstancias externas condicionaran mi desempeño ni mi motivación a hacer las cosas con excelencia. Además, a esas alturas mi compromiso con Richard y con mi equipo era ya enorme. Ya había lazos afectivos, de gratitud y respeto profesionales muy fuertes como para desmotivarme.”
Con bastante frecuencia recibo un curriculum de alguien que quiere dejar su trabajo. Por lo regular, lo primero que hago es preguntarles qué han hecho dentro de lo que está a su alcance para mejorar las circunstancias que les motivan a querer cambiar. O si, por el contrario, están buscando la salida fácil. Trato casi siempre de recordarles que la perfección no existe y que no es conveniente idealizar. O sea, que en cualquier otro trabajo habrá otras cosas que no le gusten. Y trato también de hacerles ver lo positivo de su trabajo actual. En muchos casos, como el caso de mi amigo, su paciencia es recompensada. En otros casos, cuando ven su caso en perspectiva transcurrido un tiempo, algunos se dan cuenta que muchos de los factores que le agobiaban estaban en su imaginación o no tenían la dimensión que le daban en ese momento.
Obviamente, como también he dicho anteriormente, esta no es una regla general. Hay ocasiones en que los argumentos son muy válidos, pues la realidad es que sí existen jefes y organizaciones “tóxicas”. Y también existen organizaciones que, no están en las condiciones, o no tienen las intenciones de capitalizar nuestro potencial, esfuerzo y talento. Ni tampoco de reconocerlo. Y claro está, ante este escenario, en muchas ocasiones alejarse de esto es un paso positivo. Mi objetivo no es hacer cambiar de opinión a nadie. Cada caso tiene sus particularidades y circunstancias. Mi única exhortación es motivarles a meditar en profundidad su situación y que no tomen una decisión precipitada. Y sobre todo, sin haber puesto su granito de arena para mejorarla.
Recordemos siempre esta frase de Thomas Fuller: “Nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer.”