Siempre que ha surgido el tema he resaltado que la experiencia profesional más gratificante y enriquecedora que he tenido en mi vida fue la de supervisor de una línea de producción en una planta farmacéutica de zona franca, recién finalizada mi carrera de Ingeniería Industrial. Como parte de las muchas iniciativas de integración que se practicaban en esta planta, era práctica común que todo el personal ejecutivo participase en los “angelitos” de las líneas de producción en el mes de diciembre. También era normal que un supervisor participase en más de un angelito, incluso fuera de su línea de producción.
Para mi segundo diciembre en la planta participé también en el angelito de la línea de producción contigua a la que yo supervisaba. Llegó finalmente el gran día de la entrega del regalo “grande” en esa línea, y para tales fines recurrí a mi asesora personal en regalos femeninos, mi novia (y actual esposa). Luego de entregarle el dinero y la instrucción de “por favor resuelve con algo bonito”, mi novia se apareció horas después con una fina canasta de tela con cuatro manteles individuales bordados a mano, sus respectivas servilletas y cuatro anillos de servilletas. Lamentablemente ese día no podía asistir a esa entrega final de los angelitos pues tenía un compromiso familiar ineludible, por lo que procedí a llevar la canasta a casa de otro supervisor compañero que sí iba a asistir. Al momento de llegar a su casa él no estaba (no existían los celulares en ese entonces) por lo que le dejé el regaló con la chica del servicio doméstico de su casa.
Llegó el lunes de la semana siguiente y me acerque sonriente a la “asociada” (nombre que utilizábamos para las operarias) para preguntarle si le había gustado su regalo. Su respuesta fue un forzado “SI” en uno de los tonos más apáticos, de frustración, y desencanto que jamás he escuchado. Como si no hubiese percibido esto, y tratando de disimular el golpe bajo que yo acababa de recibir le respondí que me alegraba mucho y giré de nuevo hacía mi línea. En resumen “fui por lana y salí trasquilado”. Recuerdo que el resto de ese día me la pasé en una especie de “standby mode” tratando de descifrar lo acontecido. Al comentarle el incidente a mi novia y someterlo a análisis conjunto llegamos a la única explicación de que el motivo por el cual ella no había apreciado tan exquisito regalo era por desconocimiento o simple ignorancia. Confieso que este consuelo me dio cierta tranquilidad.
Aquel incidente hubiese sido olvidado si no hubiese sido porque ya transcurridos unos diez meses y mientras conversaba con una de las asociadas de mi línea, quien era precisamente vecina de la joven del regalo, ésta me mencionó en algún momento los “cuatro aritos” que le regalé a su vecina. Un poco indignado ante el tono burlón procedí a detallarle el inventario de todo lo que había incluido en el regalo, a lo que esta me respondió “pero habrá sido a otra persona porque usted a ella le regaló sólo cuatro aritos”. Mi reacción inmediata fue dirigirme a la joven de la otra línea y preguntarle qué ella había recibido en el regalo aquel día. Recuerdo como hoy el frío que me subió de arriba abajo en el cuerpo cuando ella me respondió: “una canasta con cuatro aritos”. Dios mío, pensé. ¡Alguien se había robado los manteles individuales y las servilletas bordadas! Le comenté con total ecuanimidad que ese no había sido el regalo completo que yo le envié y que por lo visto alguien lo había “manipulado”. Y le comenté que le haría el regalo completo, lo cual hice.
No sé quien fue que finalmente se adueñó de las servilletas y los manteles bordados. Realmente fueron tantas las personas que pudieron manipular el regalo desde que lo entregué en casa del amigo hasta que llegó a las manos de la chica, que el investigar esto un año después no valía la pena. Algo sí estaba claro. La persona que lo hizo, no sólo le quitó unas servilletas y unos manteles a una persona. Le quitó también la ilusión y el placer de recibir un lindo regalo cuando le correspondía recibirlo. Y aparte de esto casi afecta de por vida mi reputación frente a las personas que supervisaba.
Los aprendizajes personales de esta experiencia fueron muchos. Y al día de hoy los sigo aplicando. Sobre todo a la hora de prevenir situaciones de esa índole. Por eso, por poner un par de ejemplos simples de muchos, siempre cierro bien los sobres de correspondencia que envío y siempre que envío algo (por sencillo que esto sea) verifico si el destinatario lo ha recibido intacto. Pero la gran lección que aprendí de ese episodio va mucho más allá, y es que cada acción incorrecta o indebida casi siempre tiene muchas más repercusiones, implicaciones y consecuencias de lo que éstas aparentan. Y al igual que como sucede con los vicios, casi siempre estas son puertas hacia faltas mayores. Por eso, cuando se opta por tomar el camino ético en la vida, se debe ser totalmente intolerante e inflexible con las acciones a nuestro alrededor que se riñen con la ética, por mínimas y simples que éstas nos parezcan.