“Muy interesante, pero no vamos a apoyar este proyecto. Actualmente el presidente de esta institución está muy vinculado con una escuela de negocios internacional en el desarrollo de unos programas para sus clientes. Además, no disponemos ahora mismo del presupuesto para esto”. Esa fue la respuesta directa y tajante (acompañanda de una sonrisa) de una alta ejecutiva del área de Relaciones Públicas de una importante empresa dominicana, ante nuestra propuesta de negocios hace ya un par de años.
“Pero si a todas las empresas les ha encantado el concepto y apoyado inmediatamente el proyecto…” “Pero si este proyecto no choca en nada con esta otra iniciativa que ella me menciona”. “Pero si la erogación real de recursos es prácticamente cero”. “Pero si ellos apoyan iniciativas de mucho menor valor agregado y branding que ésta”… eran algunos de los argumentos que pasaban por mi mente mientras “en cámara lenta” escuchaba la respuesta negativa de esta joven ejecutiva. Simultáneamente se iniciaba en mi mente un brainstorming de posibles causas de tan tajante negativa.
No obstante, inmediatamente al salir de la reunión me di cuenta de que, versus la típica respuesta de “me parece muy interesante, hágame una propuesta por escrito, déjeme estudiarlo y yo le llamo en un par de días”; con su repuesta esta joven me había ahorrado el tiempo y la energía mental de darle el seguimiento a algo que desde un principio no iba a contar con su apoyo. De igual forma me había dado la oportunidad de buscar otra vía para lograr el apoyo en esta misma empresa, el margen de poder rediseñar mi propuesta para que quizás le resultase más atractiva e incluso el tiempo de buscar otro auspiciador. Dicho de otra forma la joven me había hecho realmente un gran favor, y poniendo los motivos aparte no dejo de tener cierta admiración profesional hacia esa joven por su capacidad de decir “no”.
¿Por qué nos cuesta tanto decir “no”? ¿Por qué hemos incluso denominado la costumbre de dejar las respuestas suspendidas en el aire y esperar que el tiempo diluya el tema como el “no dominicano”? ¿Es que acaso tenemos miedo a herir susceptibilidades o sentimientos de las personas al darle una negativa? ¿O es que simplemente aspiramos a evitar posibles conflictos o a vernos en la coyuntura de tener que presentar argumentos con los que muchas veces no contamos o simplemente no hemos preparado? ¿Por qué decimos que sí tan ligeramente ante un deadline que desde un principio sabemos que será muy difícil cumplir y luego nos vemos obligados a trabajar tarde y noche para cumplirlo?
Una habilidad que como profesionales debemos cultivar cada día es precisamente nuestra capacidad de decir “no”, cuando las circunstancias lo ameritan y los argumentos son válidos, a nuestros jefes, supervisados, compañeros, clientes (actuales y potenciales) y proveedores. Aunque a simple vista parezca lo contrario, es definitivamente la mejor señal de respeto a su tiempo, recursos y expectativas que podemos evidenciarles.
Nota: Este artículo, ligeramente actualizado, lo redacté para el Management Update de INTRAS en Junio del 2006.