Hace varios meses, a raíz de la publicación de mi libro Las 12 preguntas, la revista SD Times me solicitó una colaboración editorial basada en el libro. En lugar de hablar sobre el libro, opté por escribir un artículo donde compartiese parte de mis grandes aprendizajes durante el proceso de escribirlo. Hoy, revisando mis archivos, lo encontré y me pareció interesante compartirlo en esta coyuntura actual donde lo que más tenemos es tiempo como una exhortación a aprovecharlo lo más que podamos.
“Tengo muchos frentes abiertos ahora mismo”, “tengo muchos temas urgentes”, “debo enfocar mis energías en lo prioritario”, “tengo demasiadas responsabilidades”. Estos son solo algunos argumentos con los que frecuentemente reemplazamos a una frase que muchas veces por elegancia, prudencia, o simplemente por no asumirla como nuestra, obviamos o evadimos utilizar. Esta frase es: “No tengo tiempo”. Y es así como cargados de este arsenal de argumentos pasamos parte de nuestra vida aplazando ideas, relegando decisiones y procrastinando proyectos, hasta llegar un punto donde, de forma inconsciente, nos creemos estos argumentos como si fuesen realidades escritas sobre piedra. Y claro está, nos condenamos para siempre a no dar lo mejor de nosotros.
Hace poco terminé un proyecto personal que tenía mucho tiempo queriendo hacer, e igual tiempo relegando a un segundo plano. Y claro está, utilizando durante todo este período las más originales autojustificaciones para no hacerlo hasta que, finalmente, me decidí afrontarlas: escribí y publiqué mi libro el cual llamé Las 12 preguntas. Tal y como indiqué en mi introducción del libro, el proceso de sentarme a empezarlo fue una batalla campal con “la vocecita interna”. Pero el terminarlo fue ya un combate cuerpo a cuerpo, pues a esta discusión interna se adicionaron obstáculos reales que no hacían más que reforzarle sus argumentos a “la vocecita”. Y es así como con una creatividad pasmosa, todos los días “la vocecita” me daba un argumento diferente para no dedicarle el tiempo a este proyecto. Pero no quisiera centrarme en “la vocecita”, pues ya he hablado sobre este combate en mi blog. Quisiera abordar este hecho desde dos perspectivas: los temores y la productividad.
Detrás de cada excusa casi siempre se esconde un temor. Es por ello que es altamente posible que tras tus argumentos asociados a no tener tiempo para algo se esconda un temor o, incluso, varios. A pesar de que la humanidad se ha ocupado de estigmatizarlo como algo negativo, es precisamente el temor lo que nos ha permitido sobrevivir y progresar como especie. El temor es saludable porque nos mueve a la acción, nos hace ser previsores y nos compromete a hacer las cosas lo mejor que podemos. El problema es cuando permitimos que nos inmovilice. El primer paso debe ser entender que tú no eres tus pensamientos. Estos simplemente se te presentan para tu consideración y es tuya la decisión de darles cabida o no. Es muy saludable, entonces, hacer el esfuerzo de identificar cuáles son esos pensamientos que te llegan a la mente ante un determinado reto, compromiso y decisión. Una vez identificados (si los puedes plasmar por escrito mucho mejor), trata de identificar cuál es el temor que los está generando. Lo mágico que sucede con los temores es que cuando los identificas pierden fuerza, pues con el simple hecho de ponerles nombre y apellido te das cuenta que o son infundados, o son ilógicos o no tienen la dimensión que crees.
Existe otra posibilidad. Esta es que realmente no tengas el tiempo físico para hacer algo. La pregunta obligada es: ¿pondrías tu mano en fuego de que estás utilizando de forma totalmente óptima las 24 horas de tu día? Como forma breve de inducirte a la reflexión, quisiera compartirte un principio de productividad que confieso que conocí hace poco: la ley de Parkinson. Este principio, planteado por el historiador británico Cyril Northcote Parkinson, nos dice que “el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine”. También nos dice que “el tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia”. En pocas palabras, es muy probable que haciendo consciencia y, sobre todo, ejerciendo un poco de esfuerzo y disciplina, mejoremos nuestra productividad y, por ende, tengamos más tiempo disponible. Es relevante que recuerdes este principio a la hora de optimizar tu tiempo: “El cerebro está hecho para pensar y crear, no para recordar”. Así que, auxíliate de recursos y herramientas que te permitan organizar tus tareas pendientes sin necesidad de tener que recordarlas.
En resumen, desafía tus argumentos internos basados en temores, optimiza tu tiempo disponible y lánzate a la conquista de tus metas. La gran realidad es que el tiempo pasa como quiera y no hay nada más gratificante que ver los frutos de tu esfuerzo, pues la gratificación es tan grande que sorprendentemente te hace olvidar gran parte de los sacrificios hechos. Y recuerda la famosa frase: “Dentro de un año, te arrepentirás de no haber iniciado hace un año”…