Hace meses que no escribo para este blog. Quisiera decir que el único motivo de esto ha sido que he estado bastante concentrado escribiendo mi segundo libro. Pero la realidad es que, por una razón u otra (algunas validas y justificadas y otras no tanto), he estado procrastinando escribir por aquí. Justo ayer comentaba en un post en una de mis cuentas de redes sociales que en una entrevista en España, con motivo de la presentación de mi libro en ese país, me preguntaron cuál había sido mi principal lección de la pandemia. Sin pensarlo dos veces, respondí: «A no aplazar». En el post, terminé exhortando a que en el 2022 no aplacemos nada que esté a nuestro alcance, pues como dice Charles Dickens: «Ningún arrepentimiento podrá enmendar las oportunidades perdidas en la vida».
Cuando escribí ese post, recomendé no aplazar nuestros proyectos, ideas, iniciativas, metas y sueños. Pero el no aplazar aplica también a cumplir nuestras responsabilidades y compromisos, ya sean con los demás o con nosotros mismos. Así que, para ser coherente con este planteamiento de fin de año, he decidido iniciar el año reactivando mis publicaciones en este blog. Y qué mejor forma de hacerlo que con un ejemplo personal que estoy seguro que le va a resonar a más de uno precisamente por las fechas en las que estamos.
A principios del año pasado, y luego de nueve meses de bastante inactividad, decidí enfocarme en recuperar la condición física y el peso que tenía previo al inicio de la pandemia del COVID 19. Para estos fines, inicié una rutina semanal de ejercicios, un régimen alimenticio saludable y el monitoreo estricto de mi peso e incremento de masa muscular. Mi meta en ese momento era pasar de 195 libras que tenía en ese momento a 185 libras, que es el peso ideal para mi estatura.
Transcurridos esos dos meses —y con bastantes esfuerzos y cambios de hábitos— ya había logrado tener las 185 libras que me había propuesto. Lo interesante no fue el haber perdido esas diez libras, sino que inmediatamente logré esta meta, a partir de ese momento mis mediciones de aumento o pérdida de peso tenían como punto de referencia aquellas 185 libras que había alcanzado. Es decir, si me pesaba y tenía 187 libras, mi pensamiento era que tenía que trabajar en volver a perder esas 2 libras por encima de mi peso ideal y hacer los debidos ajustes para volver a mi nivel anterior.
Pero ¿cómo podía ser esto así, si apenas dos meses atrás mi marco de referencia eran 195 libras? ¿Por qué no me decía a mi mismo que con esas 187 libras debía estar muy orgulloso de mí mismo, pues transcurrido el tiempo había podido mantenerme por debajo de mi peso inicial? ¿Por qué no estaba del todo conforme a pesar de estar todavía muy por debajo de mi peso apenas meses atrás? El motivo era muy sencillo. A partir de haber logrado mi meta y demostrarme que con un poco de rigor y disciplina podía lograr mi peso ideal, este nuevo peso se convirtió en mi nuevo estándar y marco de referencia contra el que me iba a comparar. En pocas palabras, “moví mi barra”. Lo interesante del caso es cómo esta nueva barra condiciona nuestra nueva forma de tomar decisiones. Por poner un ejemplo, cualquier pieza de ropa que adquiero la compro en la talla correspondiente a cuando tenía 185 libras. De esta forma siento que no he claudicado ante mi nueva realidad. Esto, además es un estímulo indirecto, pues quiere decir que si me interesa usarla, debo volver a mi estado original.
La ventaja de proponernos metas y lograrlas es que, cada vez que lo hacemos, estamos moviendo nuestra barra. Esto va desde un logro profesional o académico, mejorar nuestras relaciones (incluso con nosotros mismos), adquirir un bien anhelado, mejorar nuestra salud o explorar una nueva experiencia hasta temas más personales como recuperar nuestra paz interior, distribuir mejor nuestro tiempo o encontrar el tan anhelado espacio para nosotros mismos. El universo de barras a mover es infinito. Y no se trata de flagelarnos o mortificarnos si, por razones ajenas a nuestra voluntad, descuido o negligencia, retrocedemos con relación a nuestra nueva barra. Recordemos que nadie ha logrado nada trascendente en la vida preocupándose y que en la vida siempre habrá altas y bajas, pero lo que importa es la tendencia. Se trata de tener el marco de referencia correcto y adecuado a la hora de tomar las medidas para reencausar nuestro proceso de mejora y crecimiento.
Por último, es para mi muy importante resaltar que no he hablado de subir la barra, lo cual tradicionalmente es la referencia a la hora de elevar nuestros estándares. ¿Por qué? Porque estoy convencido de que hay situaciones en que para mejorar en algún aspecto, más que elevar la barra, lo que necesitamos es bajarla. O, más concretamente, muchas veces para elevar la barra en un aspecto, debemos bajarla en otro. Nuestras prioridades determinarán cómo ajustamos las barras de nuestra vida.
Les deseo un feliz y venturoso año 2022.