Hace poco más de un mes, cuatro compañeros dominicanos hicimos una escala de un par de días en la cuidad de Madrid en nuestro camino a Alemania para participar en unas actividades y reuniones de EO (Entrepreneurs Organization) a la que estábamos invitados.
En los días previos al viaje, uno de los compañeros sugirió la idea de hacer una reserva en el restaurant Club Allard en Madrid, cuya jefa de cocina es la prestigiosa chef dominicana María Marte. A pesar de que me hacía ilusión ir, honestamente la idea de dedicar una tarde completa de tan corto viaje a un almuerzo – degustación, no me parecía la mejor opción en términos de tiempo. A pesar de mi desacuerdo no puse objeción y aposté a que la idea se diluyera con el tiempo. Sin embargo, el compañero de la sugerencia consideró ese silencio como una afirmación implícita y transcurridos unos días nos informó que ya había hecho la reserva. Ya sabiendo que era muy tarde para cambiar los planes confirmé, pero aun albergando la esperanza de que hubiese cambios de último minuto.
Llegó el día del almuerzo y no hubo cambio de planes, así que ya mentalizado para hacer de ese momento lo mejor posible, procedí a ir al restaurante junto con los compañeros. Al llegar, y como buenos dominicanos, lo primero que hicimos fue solicitarle al capitán que por favor le informase a María que cuatro compatriotas suyos estaban en el restaurante y que, de ser posible, en algún momento de la tarde nos gustaría conocerle y saludarle. Empezaron a llegar los platos y uno tras otro yo no dejaba de pensar del manjar que me hubiese perdido de no haber ido. No obstante, lo realmente maravilloso de ese almuerzo fue el “segundo postre”.
Finalizado el almuerzo y cerrada la cocina (para prepararla para la noche) María finalmente se acercó a nuestra mesa con una sonrisa y un brillo en su semblante que para nada reflejaban las horas intensas que recién había pasado en la cocina. Luego de su cortés pregunta sobre cómo había ido todo, iniciamos una amena conversación la cual dio un giro radical cuando invitamos a María a sentarse con nosotros a tomar un digestivo. De repente aquella inicial conversación formal, se transformó en una cátedra de dos horas y media sobre crecimiento y superación personal.
María llegó a Madrid desde Jarabacoa, con el apoyo de su ex pareja y padre de su primer hijo quien ya vivía allá, con el objetivo de además de estar con su hijo que ya vivía en Madrid también, buscar un mejor sustento para sus dos mellizos menores y eventualmente poder llevárselos a Madrid también. Su primer trabajo formal fue el de lavadora de platos en el restaurant Club Allard.
Ya teniendo varios años lavando platos y siendo una apasionada de la cocina empezó a solicitar la oportunidad de que se le hiciese asistente de cocina en ese restaurant, solicitud que era negada cada vez, pues en primer lugar no tenía la experiencia formal y además había otras personas en turno. Pero esto no la hacía desfallecer y seguir intentando y continuamente pedía la oportunidad. Un día, al enterarse de la salida de un ayudante de cocina volvió a hacer el intento. Ese día las estrellas estaban alineadas a favor de María. La respuesta fue sí, pero con una sola y “sencilla” condición: No podía dejar su posición lavando los platos. Y así fue como durante años María compatibilizó sus funciones de ayudante de cocina con las de fregadora de platos. Eran días con jornadas interminables y agotadoras, pero nada iba a hacer a María dejar pasar esa oportunidad.
Finalmente, Diego Guerrero (así se llamaba el chef del restaurant) notó “algo” en esa chica mulata incansable y la puso a su lado en la cocina. En el año 2007 vino la primera Estrella Michelin para el Club Allard y en el 2012 la segunda. Cada una de estas trajo gran jubilo, pero al mismo tiempo gran responsabilidad pues estas estrellas son muy difíciles de ganar, pero fáciles de perder. Pero a pesar de esta gran presión, todavía María no había enfrentado la gran prueba de fuego que le deparaba el destino. Esta prueba le llegaría un año más tarde.
Un día, en el año 2013, de forma sorpresiva Diego Guerrero anunció al equipo de cocina su decisión de salir en esa misma mañana del Club Allard y procedió a despedirse y retirarse. Nadie salía de su asombro y el silencio fue sepulcral. Todo el mundo se miraba. De repente sonó el timbre y cundió el pánico: estaban llegando los clientes que tenían sus reservas. María, que para ese entonces llevaba años al lado de Diego levantó la cabeza y dijo: “señores, el timbre está sonando y los clientes no tienen por qué pagar por esta situación”, mientras giraba y daba el primer paso hacia la cocina. Para sorpresa de todos, ni ese día ni los posteriores ningún cliente notó la ausencia de Diego Guerrero en la cocina. Como es obvio, no pasaron muchos días para que María fuese nombrada Jefe de Cocina del Club Allard, posición que ostenta orgullosamente al día de hoy.
Mientras María hablaba, yo no dejaba por un segundo de pasar los posibles escenarios de su vida por mi cabeza. Me hacía preguntas tales como: ¿Dónde estaría María ahora sí, siendo una simple “dominicana” lavadora de platos y sin credenciales académicas en cocina, no se hubiese atrevido a solicitar ser asistente de cocina en un prestigioso restaurant? ¿Qué hubiese pasado si María, antes tantas negaciones constantes, no hubiese hecho la solicitud una vez más? ¿Tendríamos hoy a una María Marte famosa si ella, venciendo sus propios miedos, hubiese asumido la responsabilidad frente a los clientes y los dueños del restaurant de llenar de repente unos zapatos muy grandes de llenar? Todo esto no dejaba de reiterarme la importancia de creer en un mismo, tener una visión clara de hacia donde se quiere ir y sobre todo elevarse por encima de las circunstancias.
Definitivamente tener la oportunidad de haber escuchado semejante historia de superación de la mano de su propia protagonista es una experiencia que jamás olvidaré. Cada palabra de María era acompañada con la pasión y la emoción que caracteriza a esta gladiadora dominicana (no faltaron sus cuantas lágrimas entre ella y nosotros). Pero, sobre todo, nunca se me olvidará una frase que decía María constantemente: “Esto apenas es el comienzo, ahora es que queda María Marte para rato”. Es como si todas esas pruebas, sacrificios y esfuerzos eran parte de la preparación que ella necesitaba para estar donde está e ir hacia dónde va.
Para alguien como yo, que se jacta de decir que, tras 20 años de escuchar a diario historias de superación no soy muy fácilmente impresionable, puedo decir a viva voz que no solo esta historia de superación de María me impactó, sino que salí altamente inspirado de aquel encuentro. Me prometí no volver a decir “esto no se puede”. Pero sobre todo salí pensando, ¿qué hubiese podido haber hecho yo esa tarde que hubiese superado ese manjar motivacional que yo acababa de vivir? Definitivamente le debo una a mi compañero de viaje que hizo esa reserva….