Hace poco más de un mes tuve la oportunidad de hacer un viaje familiar. Como parte de los servicios del hotel donde nos alojamos, este tenía un shuttle de cortesía que cada 15 minutos iba al pueblo más cercano. A lo largo de una semana de estadía tuvimos la oportunidad de trasladarnos en este shuttle con tres choferes, quienes se alternaban los turnos. El primer chofer era un señor de unos 50 años, quien con el ceño fruncido se limitaba a abrirnos la puerta mirando siempre hacia el frente y sin cruzar la mirada con los pasajeros que entraban. Tan fija era su mirada hacia adelante que en más de una ocasión arrancó el vehículo dejando fuera personas que llegaban apenas pocos segundos después de él haber cerrado la puerta. Este señor solo devolvía el saludo o la despedida (también siempre sin mirar y de forma desganada) al que se dirigía antes a él. La segunda era una señora de unos 50 años que siempre te recibía con una sonrisa y devolvía el saludo de una forma muy educada, para luego proceder a transportarnos, limitándose solo a eso. El tercero era un señor de unos 65 años (o incluso quizás más) quien apenas nos abría la puerta nos daba a todos una bienvenida espontánea y durante el trayecto brindaba informaciones como las condiciones del clima y las actividades de ese día en la zona. De igual forma, al parar en el destino nos reiteraba las horas en que haría las paradas para el regreso, para luego inmediatamente proceder a indicarnos la ruta a seguir para ir a las atracciones principales del pueblo. Tanto me llamó la atención su actitud que en uno de nuestros recorridos finales le pedí tomarle una foto para este post en el blog.
Realmente el contraste entre estas tres formas de hacer un mismo trabajo me llamó mucho la atención. En una misma posición y funciones, en iguales condiciones laborales y probablemente con un nivel idéntico de ingresos, tres personas habían decidido asumir su trabajo con diferente actitud. El primero se limitaba a hacer el trabajo haciendo el mínimo esfuerzo y con escasa cortesía. La segunda se limitada a hacer su trabajo de forma cortés pero sin irse más allá de sus responsabilidades. El tercero sin embargo, iba mucho más allá de sus responsabilidades dando un toque personal a su labor y un alto valor añadido a sus responsabilidades.
¿Hacía esto el tercer señor porque estaba totalmente seguro que el hacer su trabajo con actitud proactiva implicaría un posible aumento salarial por encima del de sus compañeros? Quisiera decirles que sí, pero la respuesta es que con excepción de quizás recibir un poco más de propinas, asumo que este no necesariamente sería el caso. ¿Lo estaba haciendo esperando algún reconocimiento por parte de sus superiores? No creo que eso necesariamente fuese a suceder. ¿Aspiraba este señor ya un poco entrado en edad a una promoción como supervisor en base a su esfuerzo? No considero que a su edad eso le quitase el sueño. Entonces, si especulo que nada de esto lo motivaba, ¿por qué este señor daba el 200% en su trabajo? Mi respuesta es muy sencilla: Porque hizo esa elección.
Todos los que tenemos el compromiso de ganarnos nuestro sustento trabajando tenemos que realizar determinadas labores, y es nuestra total elección con qué actitud asumimos éstas. En otras palabras, al margen de si consideramos que las condiciones no sean favorables, el ingreso no es el adecuado, la motivación sea inexistente, el reconocimiento neutro, y las probabilidades de crecimiento sean nulas, hay una realidad ineludible: mientras hayamos aceptado el compromiso de hacer un trabajo y mientras estemos en este, hemos asumido la responsabilidad de hacerlo. Y si ya como quiera hay que hacerlo, por qué ya no hacerlo con la mejor actitud posible. Además, si estos factores que antes menciono son solo los que condicionan un buen trabajo, ¿por qué entonces hay personas en excelentes empresas, con magníficas condiciones laborales, con muy buenos ingresos y con espectaculares incentivos y aun así no dan siquiera su 100%? De hecho, a título personal considero que él hace las cosas esperando siempre recibir algo a cambio, es una especie de mercenario.
Como he dicho anteriormente en otros posts de este blog, la elección de dar nuestra mejor versión en nuestro trabajo no es garantía absoluta de éxito y reconocimiento, pero definitivamente aumenta sustancialmente las posibilidades. Y si nuestros superiores o la empresa no lo notan, otros sí. Siempre recuerdo de joven como mi padre, que trabajaba en un banco, comentaba que las mejores cajeras (algunas de ellas hoy altas ejecutivas bancarias) las contrataba cuando hacía la compra en los supermercados y era excelentemente atendido. Además, el asumir las responsabilidades con actitud positiva y con la satisfacción de haberlas hecho más allá de nuestra obligación, no solo contribuye a sentirnos productivos sino a tener una autoestima saludable. Y estos dos últimos son ya suficientes incentivos. Y si todavía quiere un incentivo adicional, pues también puede ser que algún día algún cliente se sienta tan impresionado con su trabajo que escriba un blog inspirado en usted.