El Consejo del Compañero de Viaje…

Era la tercera semana del mes de diciembre de 1994 y yo regresaba al país de mis estudios en España a celebrar las Navidades con mi familia. Debido a la escasez de vuelos, típica de esa época, apenas pude conseguir un vuelo con escala en Newark. Por uno de esos golpes de suerte de la vida, el vuelo de Madrid a Newark se sobrevendió y yo, junto con otras dos personas más, tuvimos la oportunidad de recibir un upgrade a primera clase. Pero mi suerte no terminó ahí. De hecho apenas comenzó…

Me senté al lado de un señor de unos cincuenta años muy elegantemente vestido con quien al momento de sentarme intercambié una sonrisa cortés. Habían transcurrido quizás dos horas de viaje cuando me paré del asiento dejando un libro que estaba leyendo encima de éste. Al regresar y empezar a leer de nuevo, el señor me preguntó que de qué se trataba ese libro y que cómo se traducía ese título en inglés. Le expliqué un poco de que se trataba y con esta explicación iniciamos una inolvidable conversación.

Recuerdo que le hablé de mi maestría, del grave problema político que habíamos tenido recientemente en nuestro país motivado por el célebremente denominado “fraude colosal” y de mi percepción de la crisis de España de esa época. No sé si por un tema de edad, de personalidad, de nacionalidad (o de todas las anteriores), pero me atrevería a especular que el 80% de la conversación fue sólo mía. Esto fue hasta que le pregunté a qué se dedicaba…

El señor me comentó que era presidente de un banco norteamericano y que estaba, con algunos más de su equipo, evaluando la compra de una participación importante de un gran banco español. Luego de tragar en seco, de enderezarme en mi asiento y cambiar el tono de voz a uno un poco más formal, decidí cambíar el balance de la  conversación.

Luego de hablarme de temas tan interesantes como la diferencia de la banca europea y la española, su versión de la crisis española y su opinión sobre el gobierno de Clinton, pasamos a temas más empresariales lo cual dio paso en algún momento a la pregunta que hasta el más humilde de los hombres de negocios exitosos no se resiste a responder: ¿Qué hay que hacer para llegar a donde está usted? Luego de sonrojarse un poco (era muy fácil notarlo en su tez casi transparente) el personaje suspiró para responderme: “Piensa y evalúa todo lo que hagas en función del largo plazo”. Luego de esto, pasó a explicarme que en su caso, y de muchos otros hombres de negocios exitosos que conocía, la característica diferenciadora del resto era precisamente su capacidad de generar escenarios mentales de las posibles alternativas de sus decisiones y de evaluar estas últimas en función de repercusiones cuatro o cinco pasos hacia adelante.

Luego me lo resumió diciendo que a la hora de tomar una decisión, de dar una determinada respuesta, de hacer una concesión, de contratar a una persona o ante cualquier otra coyuntura que implique escoger entre varias opciones uno debe siempre preguntarse: ¿Qué pasaría en el futuro con _____________si ____________? El resto consistía sólo en llenar los espacios.

El vuelo aterrizó y llegó el momento de despedirnos. Como jóven ávido de contactos le pedí una tarjeta. No recuerdo su nombre pero sé que decía “CEO”, y tal como me indicó al inicio de la conversación, era de un banco. Todavía esa no era la época de los emails, mucho menos del Linkedin por lo que este contacto, al igual que muchos otros de esa época, simplemente se diluyó con el tiempo. Pero aquel consejo perdura en prácticamente todas mis decisiones…

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