Hace unos años, coincidí en un viaje con un viejo amigo al que no veía desde hacía tiempo. Como es común en las conversaciones en las que los amigos se ponen al día, vino la pregunta obligada de cómo iban los negocios. Con mucho entusiasmo, le conté acerca de los proyectos e iniciativas que veníamos desarrollando en las diferentes empresas y lo complacidos que estábamos con los resultados. Finalizada la explicación, con total espontaneidad y sinceridad, y, sobre todo, en un tono afirmativo, me dijo: «¿Tú no tienes competencia aquí?». No pude evitar soltar una carcajada ante la ocurrencia de mi amigo. La respuesta que le di fue la siguiente: «En teoría, todo aquel que recibe sus ingresos del mismo presupuesto del que tú los recibes podría considerarse como competencia». No obstante, añadí que la principal competencia que todos tenemos no viene de otras organizaciones similares, sino de algo a lo que yo denomino «inercia formativa»…
Extrañado y curioso, mi amigo me pidió que le abundara acerca de esto. Con todo el tiempo del mundo por delante debido al retraso del vuelo, le indiqué que, como él ya sabía, la inercia es la propiedad de un cuerpo de mantener su estado de reposo o movimiento a menos que una fuerza externa actúe sobre él. Aplicando este concepto al mundo organizacional, vemos como algunos profesionales, ya sea por comodidad o falta de aspiraciones, han perdido o minimizado las ganas de superación, el hambre por nuevos conocimientos y el sentido de urgencia para mantenerse competitivos. En otras palabras, se trata de personas con una evidente apatía por ampliar sus conocimientos y una cierta dejadez a la hora de cuestionar sus propios paradigmas. Según mi parecer, estas personas sufren de inercia formativa, la cual podría definirse como la inacción o rezago de algunos profesionales a la hora de dar prioridad a su formación continua. Agregué que estaba seguro de que perdía más potenciales participantes para nuestros eventos por la inercia formativa que por toda la posible competencia unida. Y más aún, que estaba seguro que a la competencia le sucedía lo mismo.
Continué explicándole a mi amigo que existe otra manifestación aún mayor de inercia formativa causada por el ajetreo o rush que algunas personas y organizaciones tienen que les impide ver más allá de lo inmediato. Esto es causado por factores como la hipercompetitivad (real o imaginaria) de sus sectores de actividad, la indefinición de prioridades clave, una cultura que estimula la visión de corto plazo, sistemas de incentivos distorsionados y, en algunos casos, simple desorganización. Hablamos del fenómeno de personas y organizaciones que anteponen constantemente lo urgente por encima de lo importante. Bajo esta mentalidad o mindset, no hay tiempo para más nada que no sea buscar obsesivamente resultados inmediatos —incluso si no son sostenibles en el tiempo— o apagar incendios.
Le expresé a mi amigo que, si bien es cierto que desde los albores de la humanidad todos hemos tenido disponibles las mismas 24 horas del día, las presiones y exigencias de la vida moderna, combinadas con el exceso de distracciones resultado de las tecnologías, han exacerbado aún más este fenómeno. Seguimos conversando hasta que llegó el momento de abordar el avión. Nos despedimos cordialmente, no sin antes comprometernos a seguir con aquella conversación en otra ocasión.
Aunque no le hablé a mi amigo acerca de ello, sí quisiera compartir con los lectores de este blog una manifestación nada descartable de inercia formativa que no es causada por ninguno de los motivos antes mencionados. Se trata de la «inercia formativa autoimpuesta». Me refiero en este caso a personas que, ya sea por sentido de responsabilidad, ambición, perfeccionismo extremo o incluso inseguridad, sienten que no pueden darse el lujo de hacer paradas para adquirir nuevas perspectivas, contrastar ideas, recargar energías y actualizar conocimientos. Algunas de estas personas sienten que si no están ocupadas al extremo no están siendo productivas. Estas son las personas que, tal como decía Stephen Covey, están demasiado ocupadas conduciendo como para detenerse a recargar combustible. Es tan así que ante las invitaciones de sus organizaciones para que participen en determinadas capacitaciones, se excusan con el argumento de que están demasiado ocupadas para asistir.
Hasta el momento, todo lo arriba planteado ha tenido un componente netamente enunciativo y descriptivo. No quisiera terminar sin ofrecer mis sugerencias acerca de cómo vencer la inercia formativa. El principal paso es hacer una parada forzada para determinar si tenemos esta inercia. Algunas manifestaciones pueden ser el no haber leido o terminado de leer un libro en varios meses, no haber investigado o leido artículos sobre su área de experiencia o incluso haber agendado autoformaciones para luego no empezarlas o completarlas ante la más mínima excusa. Luego de esta parada de introspección, hay que asumir un compromiso formal con nuestro propio crecimiento y educación. Y este compromiso no se logra con simplemente hacernos una promesa, pues gran parte de los hábitos no se cambian con meras intenciones. Hay que crear compromisos ineludibles e innegociables con nuestra formación que nos rompan la inercia de una vez y por todas. Les aseguro que en retrospectiva se agradecerán a si mismos el haber dado el paso.
Para terminar, quisiera hacer una reflexión. Cada vez que comparto con ejecutivos y empresarios y surge el tema de la competencia, me llama poderosamente la atención lo clásica que es la visión de algunos de ellos respecto a contra quién o qué compiten. Casi siempre, se limitan a identificar a otras organizaciones que realizan actividades similares a las suyas, sin darse cuenta de la cantidad de «competidores invisibles» que tienen o van a tener… Muchos de estos competidores no son otras organizaciones. A estos ejecutivos y empresarios, les exhorto a hacer una introspección profunda para determinar en qué negocio están. Por ejemplo, nosotros entendimos hace tiempo que estamos en el negocio de las experiencias formativas, por lo que nuestra competencia está constituida por todos los factores que impiden que alguien quiera o pueda vivir esa experiencia. Entre estos factores, obviamente, está la inercia formativa. En su caso, ¿cuál es la principal competencia?