Hace ya muchos años tuve el placer de compartir informalmente en una boda con un gran empresario del país, fundador de lo que en ese entonces era un gran grupo empresarial y quien además era accionista de otras importantes empresas. Al él preguntarme a qué me dedicaba y yo darle mi tarjeta, su comentario inmediato fue: “¿Tú eres el que tiene el seminario de Oratoria para Ejecutivos la semana próxima? Me hablaron maravillas de ese programa y estoy enviando a mis principales ejecutivos”. Le dije que me alegraba mucho y le comenté sobre los grandes beneficios y los testimonios que había recibido de personas que luego de asistir al evento habían mejorado radicalmente su capacidad para hablar en público.
Al lunes siguiente recibí sorpresivamente una llamada de la asistente de este reconocido empresario, indicando que él también participaría en el seminario. Por lo visto, el entusiasmo de mi descripción lo había motivado a asistir. Al llegar el día del evento aquel importante señor fue de los primeros en llegar. Recuerdo hoy como tan pronto llegó se quedó fijamente mirando por un minuto la cámara con la que filmaríamos las dinámicas.
No había iniciado aún el evento cuando el señor se paró repentinamente de su asiento, se me acercó discretamente, muy nervioso y bañado en sudor (a pesar de lo frío que estaba el salón), y me dijo lo siguiente: “Mira Ney, pagaremos mi participación al evento, pero me voy de aquí”. Al preguntar el por qué, su respuesta fue lo que más me sorprendió: “No puedo darme el lujo de quedar mal delante de mis ejecutivos y de toda esta otra gente importante”. Al plantearle el argumento de que era mejor “ponerse en evidencia” dos días y delante de varias personas con el mismo objetivo que él, que hacerlo durante toda una vida frente a desconocidos, su otra respuesta fue más sorprendente: “Yo sé, pero recuerda que yo aquí soy don NNNN y no puedo hacer el ridículo. ¿Sabrás dónde imparten este seminario fuera del país?”. Por más que insistí, no logré convencerle de que se quedara.
Conociendo la trayectoria de este empresario y su forma gentil de manejarse, nunca me ha pasado por la mente que su reacción fuese un acto de arrogancia. Por mucho tiempo atribuí su reacción a las mismas causas que le motivaron a ir en primera instancia: su miedo escénico. No obstante, en la medida que han pasado los años me di cuenta que a esas alturas de su vidaDon NNN, y con la posición que ya tenía, simplemente prefería no aprender antes de dar una muestra de debilidad. En otras palabras, don NNN tenía lo que yo denomino el “ancla de lo logrado”.
¿Qué es el “ancla de lo logrado”? Para ésto lo primero que hay que definir es cuál es la función de un ancla: ésta nos fija en un punto y no nos permite movernos más allá de un área contratolada por el largo de la cadena que une al ancla con nuestra embarcación. En otras palabras, nos movemos en círculos alrededor de ésta y un poco adelante y hacia atrás, pero jamás más allá de la distancia predeterminada. El “ancla de lo logrado” es entonces, el temor imaginario a perder lo que ya hemos adquirido y que nos limita a tomar decisiones que entendemos arriesgadas. Es también una renuencia total a mostrar vulnerabilidad, bajo el temor de que alguien se pueda aprovechar de ésto.
El “ancla de lo logrado” es lo que, entre otras razones hace que muchas grandes empresas, que en su génesis fueron muy innovadoras, se transformen en burocráticas y desfasadas; así como empresarios que cuando jóvenes fueron disruptores se tornen con los años cada vez más conservadores, temerosos de tomar cualquier decisión que pueda poner en riesgo la posición lograda. Pero también, a menor escala es lo que hace que un empleado no se arriesgue a hacer una observación o sugerencia por miedo a pasar por “atrevido” y perder su trabajo. O lo que previene a aquel joven inquieto con una innovadora idea de negocios a dejar su trabajo y lanzarse a seguir su sueño.
¿Por qué hablo de ésto? Porque paradójicamente el “anclaje en lo logrado” es una de las principales causas de fracasos en la vida. Y quisiera aclarar que no me refiero a solo dinero, me puedo referir a poder, reconocimiento, estatus, ingresos económicos o sensación de seguridad.
Erradicar este anclaje no es fácil pues forma muchas veces parte intrínseca de nuestra personalidad. Hace poco leí que la autoprotección es un factor evolutivo heredado pues en la naturaleza los seres que se cuidaban en extremo eran precisamente los que tenían más posibilidades de sobrevivir (y por ende pasar sus genes).
Considero que un gran paso es, al menos para las decisiones de envergadura que debamos tomar, analizar previamente qué pensamientos son los que realmente inciden en las alternativas que escogemos y qué nos impulsa a tomar ciertas decisiones contrarias a nuestra intuición. Ya con este análisis habremos avanzado un poco hacia ir removiendo el anclaje…