Hace aproximadamente un mes estuve de visita en una clínica privada visitando a un pariente que iba a someterse a una pequeña intervención quirúrgica. Durante mi visita, recibí una llamada a mi celular que me motivó a salir de la habitación por unos instantes. Terminada la llamada, y mientras aprovechaba esa salida para revisar los correos en mi dispositivo móvil, me llamó la atención un “pitico” agudo y sonoro que cada dos o tres minutos se escuchaba. Curioso de verificar de qué se trataba aquel molestoso sonido hice un “escaneo” visual del área, logrando identificar que éste provenía de la alarma del incendios que estaba en el techo, justo encima de la estación de las enfermeras en el área central de ese piso. Como tengo dispositivos similares en mi hogar recordé que este sonido periódico es el indicador que tiene el dispositivo para avisar cuando la batería debe ser reemplazada. Satisfecha mi curiosidad procedí a regresar a la habitación.
Por coincidencias de la vida, hace una semana volví a la misma clínica y al mismo piso a visitar a un amigo que sufrió un accidente automovilístico. Al llegar al piso me encontré con algunos amigos comunes y familiares de mi amigo conversando en el pasillo, por lo que me paré a saludar por unos minutos. Mientras conversaba en el pasillo no pude evitar escuchar otra vez el mismo “pitico” molestoso…
Al salir de la habitación de mi amigo, y mientras me dirigía al ascensor no pude evitar pararme y acercarme a la estación de las enfermeras a preguntarles por curiosidad si ellas no habían notado y claro está, si no les molestaba aquel “pitico” agudo que cada dos minutos les chillaba justo encima de sus cabezas. Dos de ellas miraron al dispositivo con curiosidad para luego mirarme con un gesto de extrañeza, como si estuviesen preguntándome: “¿Qué sonido?”. Otra de ellas me indicó que sí le molestaba muchísimo, pero que no les tocaba a ellas repararlo. Otra me comentó en actitud de resignación que lo había reportado a mantenimiento en múltiples ocasiones, pero que estos no habían venido. La última, reclinada de lado totalmente encima de escritorio, y sin mover otro músculo excepto los labios, en tono apático me dijo: “yo ya hasta me acostumbré a escucharlo”. Con mi intención de demostrarles que la solución a sus molestias tomaba treinta segundos les indiqué que solo bastaba con rotar mínimamente al aparato para sacarlo y luego simplemente había que cambiarle la batería. Todas me miraron con una sonrisa irónica y con con cierta extrañeza como si de verdad yo esperaba que ellas, que eran enfermeras, se iban a poner a hacer eso. O quizás indicándome el riesgo que asumían si tomaban la situación en sus manos y luego les llamaban la atención. O incluso quizás alguna de éstas simplemente me miraba cuestionándome: ¿”Y luego, a mí quién me paga la pila”?
Realmente un ejemplo como éste, tan ilustrativo de una realidad que afecta personas, familias, empresas, gobiernos, y países podría ser motivo de una tesis doctoral o de un libro, no de un corto post en un blog. Pero trataré de resumirlo. En esencia, este episodio que viví resume magistralmente la actitud que, lamentablemente, la mayoría de las personas asumen ante los problemas, los obstáculos, los retos y los inconvenientes. Algunos ya sea por indolencia, ignorancia, desidia o falta de perspectiva, simplemente no los identificamos. Otros asumimos que, aunque nos afecte o el simple hecho de tomar cartas en el asunto pueda mejorar su situación, si no es nuestra responsabilidad no debemos involucrarnos ya que para eso están precisamente a los que les corresponde hacerlo. Otros, damos algunos pasos para informar o alertar a otros (a veces solo para cumplir con nuestra conciencia por si pasa algo grave) asumiendo que con transferir el problema a otro ya estamos libres de la responsabilidad. Otros incluso (por personalidad, como mecanismo de defensa o por resignación) hemos asumido una actitud de total indiferencia ante estos.
Lamentablemente la realidad es solo unos pocos tienen la voluntad y la decisión de “adueñarse” (no digo cargarse…) de las situaciones y de llevarlas a su conclusión final. Solo unos cuantos tienen la capacidad de ver un reto donde los demás ven obstáculos. Apenas unos pocos ven oportunidad de mejora donde otros ven confort. Unos cuantos ven oportunidades donde otros no ven nada, o incluso ven problemas. Muy escasos son los que confrontan los obstáculos y siguen adelante. Apenas un puñado andan siempre con la pregunta a flor de labios: ¿Cómo podemos mejorar esto? Son muy pocos los que conocen la palabras “insistir” o dar “seguimiento”. Y son precisamente estas personas las que progresan, las que se destacan, las que viven con un sentido de realización, las que se convierten en grandes líderes. Estas personas son de carne y hueso como el resto, muy pocos son super dotados ni necesariamente han tenido una educación en Harvard. Estas personas son personas comunes que simplemente ha eliminado una palabra de su diccionario: La indiferencia…
Es cierto que a veces el entorno no ayuda. Puede ser que a veces las barreras a superar sean enormes. Y que los que nos rodean no nos estimulen o peor aún, nos desestimulen. Puede incluso ser cierto que las personas de las que dependemos para hacer las cosas no aporten mucho. O hasta que la persona con la autoridad para hacer los cambios nos “baje la nota”. Pero, ¿acaso no son estos precisamente el tipo de obstáculos, retos, problemas y oportunidades a los que me refiero?
Quisiera terminar con dos frases que escuché hace una semana en un seminario nuestro: “En la vida tienes dos “Ex” como opciones: o tienes Éxito o tienes Excusas”. Y, “la motivación es un cerradura cuya llave está por dentro”.