La Principal Enemiga

Hace aproximadamente un año vi en las redes sociales un post negativo de una señora refiriéndose a una mala experiencia que había tenido con una empresa de la cual un buen amigo era socio. Como amigo al fin, muy preocupado le compartí la imagen de este comentario. A escasos segundos de haber enviado el mensaje, recibí una llamada que dio lugar a una extensa conversación en la que éste me explicaba con lujo de detalles los motivos de la situación ahí mencionada y por qué la señora no tenía la razón. Además, me manifestaba su incomodidad con lo injusto e ingrato que ese comentario le parecía proviniendo de esa cliente en particular, a quien según él me explicaba se le habían hecho numerosas concesiones y favores en el pasado. Terminó incluso desahogándose conmigo comentándome en tono de enfado sobre su impotencia para, aunque quisiese, corregir estas situaciones debido a la miopía empresarial de uno de sus socios. Ante tan enérgica y larga explicación, y apelando a la confianza de años, apenas atiné a decirle entre carcajadas: “No mates al mensajero”. Dándose cuenta de su error se rio, para luego disculparse y agradecerme el gesto.

Podría contar innumerables anécdotas como estás (algunas incluso mías…), pero ese no es el objetivo de este post. El objetivo es compartirles mi visión sobre lo que denomino la principal enemiga del crecimiento personal: La actitud defensiva.

¿Qué es la actitud defensiva? El concepto es muy amplio, pues puede ir desde un rasgo de personalidad o filosofía ante la vida, hasta una simple reacción involuntaria en un momento determinado. Como su nombre lo indica, consiste en repeler y no dar cabida alguna a la crítica constructiva, las correcciones, las sugerencias y las observaciones de los demás tal y como si estas se tratasen necesariamente de ataques o cuestionamientos. Se trata también de llevarse todo al plano personal y ver cualquier indicación o sugerencia de mejora como una especie de “invasión” a su autoestima. Consiste en ver con suspicacia todo lo que los demás hacen o dicen bajo la sospecha de que siempre hay una segunda intención. Y sobre todo se trata de no estar dispuesto a cambiar pareceres, cuestionar paradigmas, autoevaluarse y autocuestionarse creencias.

Otra evidencia de que vivimos en actitud defensiva surge cuando evaluamos la calidad o validez de un mensaje en función de si entendemos que la persona que lo emite está a nuestra altura o si validamos que su comportamiento personal es coherente con el mensaje. En pocas palabras, es como si nuestra percepción sobre la persona que emite el mensaje fuese el único filtro por el cual decidimos o no aceptar y asumir el mensaje. O peor aún, en algunos casos extremos justificamos nuestro proceder con argumentos tan absurdos como “si a él que le corresponde hacerlo de primero y es el llamado a predicar con el ejemplo no lo hace, ¿por qué debo yo hacerlo?”.

El gran problema de asumir esta actitud es que perdemos grandes oportunidades de aprendizaje, auto-evaluación y crecimiento. De igual forma, el hecho de invalidar todo lo que no queremos escuchar o aceptar, no nos permite salir de la zona de confort creada por nuestra visión exclusiva y acomodaticia de la realidad. ¿Cuál es la solución a este problema? Aprender a escuchar, lo cual consiste en esencia en recibir el mensaje sin filtros, sin juzgar y sobre todo sin “etiquetar” esta información antes de analizarla. El ejercicio de escuchar atentamente y tratar de analizar objetivamente si esta información nos es útil, como todo ejercicio, cuesta mucho al principio. Pero en la medida que lo vamos practicando se nos hace cada vez menos difícil, empezamos a ver sus resultados y finalmente termina siendo un reflejo involuntario.

Algunas personas a quienes les he aconsejado esto (incluyéndome a mí mismo en muchos momentos de introspección) me han dicho que el ser receptivo y estar dispuesto a escuchar, da espacio a que mucha gente descargue en ti su ira y sus frustraciones. O incluso que esa apertura da espacio a que las personas usen la mínima excusa o argumento para descargar en ti su basura emocional. Mi sugerencia es que el escuchar algo negativo no quiere decir que lo incorporemos o lo hagamos parte nuestra. Y sobre todo les sugiero recordar la famosa frase del Dr. Covey: “Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad y nuestra facultad para elegir la respuesta. En estas elecciones residen nuestro crecimiento y nuestra felicidad”.

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