Confiar en el proceso…

Mi exhortación en este post es a que, en la medida de lo posible y salvo que tengamos evidencias irrefutables de lo contrario, confiemos más en las intenciones, demos el beneficio de la duda a los procesos y evitemos llegar a falsas conclusiones

Era una mañana cualquiera de 1982 y junto a mis compañeros de séptimo curso entré a nuestra clase de Estudios Sociales. En el fondo del aula, muy concentrada y sentada en su escritorio, estaba nuestra maestra mirándonos y anotando como si estuviese pasando lista mientras entrábamos y nos acomodábamos. Se trataba de una norteamericana originaria de Texas de pequeña estatura, pelo rubio corto, nariz aguileña, enormes ojos azules y mejillas pecosas. Su nombre era Debra Porhomayon y su exótico apellido se lo debía a que estaba casada con un iraní que estudiaba medicina en nuestro país. Su apariencia diminuta y hasta cierto punto frágil contrastaba enormemente con su severo semblante, fuerte temperamento y contundente tono de voz.

Ya cuando todos estábamos sentados, Mrs. Porhomayon (así le decíamos) levantó el rostro y, sin tan siquiera saludarnos, indicó: “Por favor, párense todos con sus pertenencias. Voy a decir su nombre acompañado de un número del uno al tres, y, en la medida que los vaya llamando, se van a sentar en cualquiera de las sillas que tenga ese número”. Las sillas con el número uno estaban delante; las que tenían el dos, en el centro; y las que tenían el tres, al final. Uno a uno, nos fue mencionando y nos fuimos sentando en la sección del aula con el número correspondiente. Ya con todos sentados, y sin darnos explicación alguna, inició su clase como si tal cosa. Los estudiantes, mirándonos los unos a los otros un poco extrañados y sin saber de qué iba el tema, procedimos a tomar apuntes.

Desde ese mismo día y durante toda la semana, comenzaron a suceder situaciones muy extrañas en su clase. Por ejemplo, debíamos salir del aula en función del orden de nuestros números. Mrs. Porhomayon solo les preguntaba y les dirigía la mirada a los de delante. Un día, llevó caramelos para nosotros y no los repartió de forma equitativa: tres a cada estudiante con el número uno, dos a los del número dos y uno a los del número tres. Otro día, exoneró de una prueba sorpresa a los de delante. El colmo de los colmos fue cuando un día hizo a los del número tres llevar la mochila a los del número uno a la otra clase. Era una situación incómoda y absurda, y definitivamente había cierta indignación en la clase. Pero nadie se atrevía a preguntarle nada a Mrs. Porhomayon, mucho menos a rebelarse. Recuerdo comentarles el caso a mis padres y ellos decirme: “Tranquilo, mi hijo. Algún motivo habrá”.

Llegó el lunes siguiente y entramos a la clase de Mrs. Porhomayon. Luego de darnos los buenos días (ese día por fin lo hizo…), nos indicó ir a una determinada página de nuestro libro. La lección era sobre el régimen de apartheid (segregación racial) que existía en ese entonces en Sudáfrica. Inmediatamente, nos dijo: “Durante esta semana estaremos conociendo y analizando lo grave e injusto de este sistema que trata a las personas de forma diferente en función de su color de piel. Y peor aún, maltrata a los de tez oscura. Ustedes tienen una idea más clara de lo que se trata, pues lo han vivido en carne propia durante la semana pasada”. Durante esa semana de clases, también, permanecimos segregados y con la diferenciación del trato. Pero conociendo el por qué, todo era mucho más llevadero y hasta interesante. Y les aseguro que nadie quedó ni resentido ni traumatizado de por vida. Todo lo contrario: todos estábamos empoderados con lo aprendido. Y voy más allá: estoy seguro de que gracias a esas fuertes lecciones de Mrs. Porhomayon, combinadas con su alto nivel de exigencia, todos los que pasamos por sus manos somos hoy día mejores personas.

La impronta de esa lección nos quedó de por vida. Y puedo decir que fue tan fuerte la sensibilización sobre lo nocivo e injusto de clasificar y categorizar a las personas que todavía paso muchas de mis actuaciones por ese filtro. Hoy día, un ejercicio tan pero tan ilustrativo como ese sería imposible realizarlo en un colegio o escuela. Un profesor que intentara semejante ejercicio sería objeto al día siguiente de numerosas quejas de los padres por someter a sus hijos a semejante humillación y posible trauma de por vida. De hecho, dudaría que pudiese preservar su trabajo ante un ejercicio tan “políticamente incorrecto”. Pero ese no es el motivo de mi post.

A lo largo de mi trayectoria profesional y empresarial, y en mis roles de mentor, jefe e incluso profesor, he tenido el enorme privilegio de encontrarme con verdaderos diamantes en bruto. Algunos no han resistido el proceso de pulimento y han abandonado a mitad del camino. No los culpo: quien me conoce sabe que soy una persona intolerante con el incumplimiento y muy exigente. Otros tantos (gracias a Dios, los más…), han confiado en el proceso. Y la vida me ha permitido verlos descollar en sus respectivas facetas. Viendo en retrospectiva, lo que ha diferenciado a unos de otros es que los últimos han confiado en el proceso.

Mi exhortación en este post es a que, en la medida de lo posible y salvo que tengamos evidencias irrefutables de lo contrario, confiemos más en las intenciones, demos el beneficio de la duda a los procesos y evitemos llegar a falsas conclusiones. También, debemos evitar juzgar a las personas con base en las primeras impresiones. Pero, sobre todo, debemos hacer el ejercicio diario e intencional de darle más peso al fondo que a la forma. De hecho, siempre he indicado que una desventaja que tenemos las culturas latinas versus las nórdicas es que los latinos preferimos que nos claven un cuchillo lentamente mientras nos susurran al oído de forma dulce con música de fondo lo buenos que somos y lo mucho que nos quieren, a que nos hablen de forma enérgica ante un determinado fallo o error.

La filosofía de confiar en el proceso aplica no solo a situaciones como las arriba mencionadas. Esta filosofía puede ser aplicada a todos los procesos o coyunturas difíciles por los que estemos pasando en nuestras vidas. Las preguntas que nos debemos hacer son: ¿hay alguna lección que debo aprender de todo esto? y ¿es esto quizás parte de un proceso de aprendizaje, introspección o maduración por el que debo pasar?

¿Estás listo para confiar en el proceso?

3 comentarios de “Confiar en el proceso…

  1. Rafael dice:

    Muy buen blog. Cuando usted menciona darle más peso al fondo que a la forma, muchas veces si los objetivos no están bien definidos se le mete mucha presión a los equipos para que cumplan e incluso se llegan a desmotivar y eso siento que es peligroso.

  2. Irving dice:

    excelente post Ney. Nos llevas a reflexionar en la importante que es en nuestra vida profesional y personal de confiar en los que nos acompanan, en los procesos y sobre todo en dar la oportunidad a todos de poder desarrollar sus ideas y proyectos.

  3. Amaury severino, de osalljet srl. dice:

    Excelente, gracias señor Ney, por tan valiosos aportes , muy apropiados para el desarrollo en las diferentes áreas de la vida.

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