Un viernes cualquiera a finales del año 1997 estaba yo compartiendo con un grupo de amigos al final de la tarde. Transcurridas un par de horas, un amigo se me acercó, se me sentó al lado e inició la siguiente conservación:
- Amigo: Oye, que pena que al final no te contrataron en “Sapel” (nombre ficticio). Te cuento que del proceso completo al final solo quedaron un extranjero y tú. Lástima que al final optaron por el extranjero.
- Yo: ¿Ah sí? Pues si supieras que nunca supe del resultado final de esta entrevista, ni de si ocuparon la posición, pues nunca me contactaron.
- Amigo: Ay sí… Y todo por una respuesta que diste a una de las preguntas y que no les gustó.
- Yo: ¡Aja! ¿Y qué pregunta fue esa?
- Amigo: Te preguntaron qué hacías cuando te equivocabas o cometías un error. Les comentaste que acostumbrabas a auto-disciplinarte para aprender de la experiencia y recordar no volver a cometerlo. A la entrevistadora le preocupó el hecho de si quizás ante un problema podrías “trancarte” y no enfocarte en resolverlo.
- Yo: Ah mira… Es bueno saberlo.
El amigo se refería a una de varias entrevistas que yo había tenido durante el año 1996 en un proceso de búsqueda de empleo. A esas alturas, transcurrido tanto tiempo, con un excelente trabajo en una importante organización empresarial, y además con varios seminarios ya organizados, el comentario no me afectó en absoluto. No obstante, por algún motivo se implantó en mi memoria. En los días siguientes empecé a reflexionar sobre el episodio y empecé a analizar lo sorprendente que era el hecho de cómo el futuro de una persona podía estar totalmente en manos de la interpretación subjetiva de otra. Ese día, fue el que decidí que quería ser dueño de mi propia empresa y, por ende, de mi propio destino. A ese día lo recuerdo siempre como mi “Día D” empresarial pues desató en mí un plan de trabajo personal que culminó cuando en abril del 2000, dos años y pocos meses después, tras trabajar duro en ese objetivo, me independicé totalmente para dedicarme exclusivamente a mi empresa.
En términos militares, el “Día D” es el nombre del día final en que se lleva a cabo una operación militar y en términos generales se atribuye al día de la Segunda Guerra Mundial en el que comenzó el gran desembarco aliado en las playas de Normandía y que cambió para siempre el curso de la Segunda Guerra Mundial. Es por ello que, a grandes puntos de inflexión en mi vida, en los que incidió una decisión personal de envergadura y no la fortuna o el destino, y en los cuales no hay vuelta atrás, los denomino mis “Días D”.
Si algo he aprendido a lo largo de estos años de vida empresarial es que los motivos de aquella decisión no eran tan válidos del todo. Al final, ya sea por algo tan simple como el hecho de que no le agrades a un cliente o porque una determinada propuesta no gustó a una persona clave, también siendo empresario tu futuro puede depender en muchas ocasiones de la interpretación subjetiva de alguien. Además, al menos en mi caso particular, el hecho de que seas dueño de tu empresa no te hace dueño absoluto de tu destino pues estás a la merced de variables exógenas a tu negocio que no puedes controlar. Además, ante todo te debes a tus empleados y tus clientes cuyas necesidades están por delante de tus prioridades personales en determinados momentos. Dicho de otra forma, las premisas sobre las cuales tomamos esas decisiones radicales no siempre son 100% acertadas. Pero el objetivo de este post no es hablar de esto sino más bien explicar cómo una determinada situación, a veces inofensiva a primera instancia, puede cambiar nuestra forma de pensar y por ende nuestro destino.
Hay muchos tipos de “Días D”. Tengo por ejemplo un gran amigo que luego de haber estudiado una carrera de administración de empresas en una prestigiosa universidad de los EE.UU. y tener un excelente trabajo, decidió que lo que realmente le gustaba era el Derecho, se puso a estudiar esa carrera y hoy día es un exitoso abogado. Con la ventaja de que su visión de negocios le ha dado una ventaja competitiva. Tengo también un amigo empresario que dirigiendo una gran empresa decidió tomar un sabático e irse a hacer una maestría a una universidad reconocida, para volver a su empresa y encontrar un equipo aún más comprometido. Tengo otro amigo que un día reconoció que su próspero negocio de toda la vida había perdido sus ventajas competitivas, lo cerró y hoy día es un exitoso ejecutivo en una gran empresa. Conozco también un amigo extranjero que decidió dejar su carrera exitosa para dedicarse de lleno a la crianza de sus tres hijos mientras su esposa, con una carrera profesional con aún más proyección, escalaba la escalera corporativa. Y así podría seguir la lista de forma infinita de personas que tuvieron su “Día D”…
Si algo he aprendido en retrospectiva de aquel episodio, de otros propios y de muchos como los que he mencionado arriba, es que todos en cada una de nuestras facetas en la vida tenemos nuestros “Días D”. Lo que les garantizo en base a mi experiencia es que a partir de nuestros “Días D”, y si ponemos fe y entusiasmo, el resultado será mejor que nuestra situación actual. Y aún en el caso de que así no sea (o lo aparente) en el corto plazo, casi siempre es preámbulo para cosas aún mejores…