Corrían mediados del año 1997 e INTRAS todavía no era ni remotamente una realidad. En ese entonces, con la energía que solo da la juventud y la ambición que solo da el estar casado y tener aún todavía mucho mobiliario por comprar, yo compartía mis labores de director ejecutivo de una organización empresarial y mis labores docentes a tiempo parcial, con la realización esporádica de seminarios por cuenta propia. Todo esto lo hacía desde la segunda habitación de nuestro apartamento alquilado y con la ayuda de una jovencita llamada Kenia, una PC (comprada con los ingresos del primer seminario), un fax y un mensajero por iguala que iba una vez por las mañanas y una que otra tarde si había alguna diligencia pendiente. Durante ese período todavía utilizábamos la marca, talonarios y sellos de la empresa de consultoría que mi madre había cerrado cinco años antes (Asesores Administrativos Asociados) la cual yo había reactivado para la realización de los eventos.
Un día cualquiera de esos recibimos debajo de la puerta de nuestro apartamento una carta de la junta directiva del edificio. Esta carta indicaba que, en virtud del artículo «n» de los estatutos del condominio, estaba prohibido tener una empresa en el edificio y que para tales fines se me estaba convocando a una reunión con la junta directiva. Para mi esta fue una desagradable sorpresa que me cayó como un balde de agua fría. En primer lugar, porque desconocía esta normativa, en segundo lugar, porque me pregunté desconcertado a quién podría ocurrírsele que una chica universitaria que viniese y se trancara en una habitación a tomar un teléfono y un mensajero, que como mucho fuese una o dos veces al día, era una empresa. Me preguntaba indignado: ¿acaso no existen miles de personas que hacen dulces y manualidades desde su casa e incluso reciben ayuda? ¿O no hay personas que venden joyas y prendas de vestir en sus casas? La tercera pregunta que me hacía intrigado era cómo, con una «operación» tan insignificante había llamado la atención y sobre todo molestado tanto, a tal punto de convocarme a una reunión. Y más que nosotros vivíamos en un primer piso donde no se molestaba a nadie. La respuesta a esto la recibí en la reunión.
Llegó el día de la reunión, y como un prisionero condenado llegué al paredón. Realmente no conocía prácticamente a nadie salvo de vista y de saludos cordiales pues apenas teníamos tres o cuatro meses viviendo en el edificio. Ahí estaban todos, varias señoras y dos señores esperándome sentados dejando como único asiento disponible el extremo de la mesa donde todos me pudiesen ver… Al dar inicio a mi «juicio» una de las señoras de la directiva sacó un anuncio de prensa de un seminario nuestro y que tenía la dirección de mi casa. Por fin entendí por qué tanto revuelo. El problema no había sido ninguna molestia en particular sino simplemente un recorte de prensa. Como una de las lecciones que me enseñó mi padre es que las reglas son las reglas, y la otra era que no se discute cuanto no se tiene la razón, a pesar de lo injusto y sobre dimensionado que me parecía todo el tema me limité a pedir disculpas y a decirles que por favor me diesen dos semanas para buscar una oficina. Al día de hoy recuerdo la cara estupefacta de tres de las «doñas’ que ahí estaban y que por lo visto esperaban que «corriese la sangre» en una acalorada discusión al darse cuenta que el tema se resolvió en apenas segundos.
El mal rato de la reunión fue superado de forma rápida. Pero el problema apenas comenzaba. ¿Podríamos cubrir con nuestros pequeños ingresos generados por seminarios esporádicos un alquiler y los gastos fijos de un local? ¿Con qué tiempo íbamos a buscar y con qué recursos lo íbamos a acondicionar? ¿Tendríamos el tiempo de supervisar una oficina en otro lugar físico?
Por orgullo más que por convicción decidimos que ese tropezón no nos iba a parar e hicimos lo que siempre se hace en estos casos: tirar para adelante. En relativamente poco tiempo conseguimos un espacio temporal en una oficina que habían alquilado tres abogados amigos y en la cual dos de estos habían decidido integrarse posteriormente tras dejar sus trabajos. Para hacer una historia larga corta, los dos abogados nunca se integraron y en un año pasamos de sub alquilar una oficina a asumir el alquiler completo del local (cediéndole obviamente una oficina por eterna gratitud) a la abogada que se quedó en la oficina.
Siempre he dicho que el verme forzado a sacar «el negocio» de la casa y el verme obligado a asumir costos de alquiler, mantenimiento y costos fijos de un local fue el gran impulso para lo que es son las empresas que dirijo. En otras palabras, si hubiese seguido haciendo seminarios desde el confort de mi casa y sólo en la medida que mi agenda de empleado me lo permitiese, estoy seguro que esta fórmula «artesanal» se hubiese prolongado por años y hubiese tenido un crecimiento mucho más lento. O incluso me atrevo a especular que hubiese incluso desaparecido. Dicho de otra forma, esa salida de la zona de confort la cual me obligó a hacer más eventos para cubrir gastos y a trabajar jornadas de 14 horas y fines de semana completos dedicado a mantener la empresa, fue lo mejor que me pudo haber pasado. En pocas palabras, aquellas «doñas» del edificio me hicieron un grandísimo favor.
Quienes han leído con alguna frecuencia este blog sabrán que he contado varias historias de este tipo. El motivo es que estoy plenamente convencido que muchas de las situaciones que consideramos más angustiantes y estresantes en un determinado momento son el tirón necesario que requerimos para dar el gran salto. Así que aprendamos a identificarlas. De igual forma, cada vez me convenzo más de que la clave de la felicidad está en no renunciar a tu esencia, trabajar duro, y por más injusto que encuentres el juego no jugar bajo reglas que no aceptas. Pero, sobre todo, acostarte a dormir todos los días con la tranquilidad de la labor cumplida asumiendo con estoicismo que, a pesar de acostarte con esta tranquilidad, no todos los días dormirás bien pues el progresar trabajando duro, enfocado y honestamente es probable que te desvele en más de una ocasión.
No quisiera terminar este blog sin un cierre anecdótico. Tiempo después de aquella situación, una de las «doñas» vecinas se fue del país y alquiló su apartamento a unos extranjeros quienes instalaron una oficina formal para un proyecto (con secretarias, estaciones y todo). De igual forma hoy día el esposo de otra trabaja desde su casa dando servicios de consultoría. Definitivamente la vida da muchas vueltas….